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jueves, 9 de noviembre de 2017

De reflejos, fuego, agua y anocheceres


Olvidamos observar la llegada de la noche, esos minutos, mucho más veloces que el resto de minutos del día, en los que todo cambia. En la contemplación de ese proceso nos reconciliamos con el animal que somos y a menudo negamos. Nos volvemos más reales al ver encenderse las llamas en el cielo para instantes después disolverse en la oscuridad y, si estamos atentos a nuestro ser, podemos sentir el cambio en la percepción del entorno, la necesidad de morir con el día para renacer a la mañana siguiente luchando con el estado de alerta que conlleva la noche. Eso es el ritmo de la Naturaleza. Eso es vida.

Hoy el poder del rojo vence a su contrario, el verde de agua estancada, en ese otro mundo que sólo se atisba en los reflejos. En mi Jardín Burbuja ahora arde el cielo y el agua no puede apagarlo.


sábado, 24 de junio de 2017

Flotar, volar


"A Fairy Tale", Arthur Wardle

En su día, las hadas duermen y se olvidan de existir

Flotar. Ser agua. Planear en vuelo líquido. Morir. 

Flotar hasta no ser. O ser nada. Dejarme llevar hasta que los pájaros olviden mi ser. Acariciar sus plumas, fundirme en el agua que lame mi piel. Sentir. 

Y pensar en la tristeza de los dragones que, a escondidas en su cueva, se arrancan las escamas y vomitan la magia que los define y el fuego de su rabia. En su justificado odio hacia un mundo en el que nadie escribe cuentos en los que su felicidad venga de la mano de la pureza que anhelan y evite que sufran con la desesperación de quien sabe que sólo eso borrará su oscuridad y los hará renacer humanos, brillantes y hermosos a ojos del ser amado. Pobres princesas que con el tiempo se arrepentirán de haberse dejado fascinar por un príncipe que no moverá un dedo por su felicidad, que las considerará un triunfo para su ego y su poder. Pobres dragones que ven a su princesa suspirar por quién jamás podrá ofrecer un amor tan grande como el que ellos atesoran en sus alas refulgentes. Pienso en que esa es su maldición, la que les hace retirarse al terrible abismo de tristeza que habitan, mientras floto y siento extenderse las alas de mi sombra hasta cubrir el resto del agua, al tiempo que los mechones de mi pelo se entremezclan con las corrientes y cobran una especie de vida ajena a mí. 

Volar. Ser viento. Nadar en inmersión aérea. Vivir. 

Volar hasta ser. Ser todo. Dejarme llevar hasta que los peces recuerde mi ser. Acariciar sus aletas, fundirme en el viento que lame mi piel. No sentir.


Azul, líneas en el mar...



lunes, 5 de mayo de 2014

Astronauta soy en órbita lunar o de las estrellas que enseñan a pensar

2001 odisea espacio, fotograma, 2001 spacial oddity



De niña, uno de mis deseos “para cuando fuese mayor” era ser astronauta, también quería ser bióloga, pintora, escritora o un Indiana Jones femenino. A algunas de estas cosas he llegado a acercarme un poquito, pero hoy quiero hablar de estrellas y para eso nos quedaremos con mi anhelada faceta de astronauta, que para mí, en esencia, significaba ser un viajero del espacio y, aunque me gustaba lo de los trajes con escafandra y toda esa parafernalia, lo que en verdad quería era pilotar naves espaciales como las de “Star Wars” (“La Guerra de las Galaxias” en aquellos tiempos en los que un Jedi era un “Yedi” y no un “Yedai”). Por eso, salía a hurtadillas de casa cuando ya no había luz y me metía dentro del coche que se guardaba en el garaje, y que, a escondidas del resto del mundo, tenía la virtud de convertirse en mi nave personal sólo con activar la llave de contacto de mi imaginación. Adoraba especialmente el fantástico Halcón Milenario, tan audaz, clandestino y veloz, con el que imaginaba viajar de planeta en planeta a través de rutas plagadas de estrellas, esas mismas que vigilaba tumbada en una colchoneta en el jardín para encontrar movimientos extraños que indicasen que había vida más allá de la Tierra. Era un trabajo duro, demasiado cielo que controlar y demasiada responsabilidad para alguien tan pequeño, pero ocurrió que en el tiempo dedicado a esas observaciones aprendí a pensar, y es que no hay nada tan absolutamente inspirador para el cerebro como observar lo que no se entiende en soledad y buscando explicaciones. Dijo un sabio, real o inventado, ahora no recuerdo bien, “La sabiduría nace de observar una hilera de hormigas”, es algo parecido a lo que me pasó a mí con las estrellas, de ellas aprendí a recrearme en el pensamiento, a disfrutar de mis momentos solitarios, a tener un enorme mundo interior que sólo en ocasiones dejaba y dejo asomar fuera de mi cabeza y, sobre todo, aprendí el gozo casi místico que acompaña al hecho de abismarse, la sobrecogedora sensación de dejar que la inmensidad inunde el alma a través de la incomprensión de algo tan difícil de aprendeher como el Universo, la vida, la Eternidad, la infinita tristeza del espacio, la infinita felicidad de la nada. Supongo que es mi forma de meditar, de apagar el ruido interior, de que desaparezca todo por unos instantes, de entenderme. También me ocurre algo parecido con el cielo diurno, el Sol y las nubes, por eso los observo con mimo, pero la noche es mejor, en ella viven las estrellas y la Luna de las que mi espíritu se alimenta. Probadlo, dejad que os inunden una noche oscura, lejos de la ciudad, en silencio, fundíos con la nada, desapareced…



Una postal desde Lewinland (Andrés Lewin)

A cuento de esto, tengo algunas referencias culturales que con el tiempo fui encontrando y que ayudaron a centrar tanta y tan temprana rareza. Algunas de mis películas fetiche, varias de ellas situadas en el delicado territorio de la obsesión, se encuadran en la Ciencia Ficción, pero hoy viene a cuento especialmente “2001, odisea en el espacio” en la que se perfilan algunos conceptos que desde muy pequeña me acompañaron y que se fueron definiendo poco a poco. Por eso descubrirla fue toda una revelación, un impacto en mi vida, la amo, es una obra maestra y por ella (y por muchas otras), siempre adoraré a Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, el autor de la novela en la que se basa, también fantástica y que, al igual que la película he disfrutado mil veces. Los monos, embriones de lo que será el Hombre, aprendiendo a pensar, evolucionando ante algo que se escapa de su entendimiento como es el monolito, las escenas en el espacio, Hal 9000 cantando su muerte (“Daisy…. Daisyyy…”), el final, su música, su fotografía. Todo sublime. De las secuelas no merece demasiado la pena hablar, aunque cuando un tema me gusta, me recreo también, sin perder el criterio, en sus alrededores, siempre ansiosa de más. Otras novelas y cuentos de los muy recomendables Arthur C. Clarke e Isaac Asimov también se me enredaron en la mente, así como las numerosísimas, breves y viciosas novelas pulp de Ciencia Ficción que desde pequeña leí con devoción. A la soledad del espacio también nos acerca la reciente “Gravity”, que aunque me gustó, me dejó el regustillo amargo que deja el saber que algo que está bien podría haber sido mejor, pero aunque sólo sea por su fotografía, merece la pena. En cuanto a la música, algunas de mis canciones preferidas también hablan de ello. Tremendamente impactante fue la primera escucha de “Halley 2061” de Andrés Lewin, sobre todo la frase “entonces comprendí que la tristeza viene del espacio” y sentí en lo más profundo que alguien lo comprendía. Otra maravilla es “Spacial Oddity” de Bowie, sublime en todo. Bunbury también es fascinante en “Lady Blue” y M-Clan en “Llamando a la Tierra”. Y no me olvido de otros muchos como Iván Ferreiro, en todo él vive el espacio y salpica de su esencia muchas de sus canciones, hasta tal punto que podrá desbordar este post, por eso mejor otro día le dedico uno entero, y es que cuando escucho sus letras me da la impresión de que podría entender todo esto. Son suposiciones, igual que mi empeño en ver amor a las estrellas escondido entre los versos de Antonio Vega. Tengo mucha imaginación y no puedo evitar divagar.

Disfrutad de los vídeos, lo mejor de este blog son las canciones. Hay muchas más y es posible que lo vaya ampliando, acepto sugerencias





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