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domingo, 13 de diciembre de 2015

Metafórico microcuento de sangre o...


No sé cómo llegamos a enterrarnos en hielo, aunque eso ya da igual. Sólo importan el frío que nos siega los dedos y el hambre que llegará pronto, cuando se evapore la humanidad que nos queda.

No debimos beber de aquel frasco por más que el líquido rojo y espeso nos pareciese incitador. No podemos culpar a nadie, de sobra sabíamos que tras deslizarse por nuestras gargantas, nos esperaría la eternidad. Pero nunca imaginamos que sería tan fría.


Hoy la música la pone Bunbury con su versión de "Frío" de Distrito 14, que forma parte del proyecto de versiones Los Chulis que hace años tuvo a bien regalar a la humanidad.


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domingo, 1 de junio de 2014

De repente, sin itinerario, como un impulso eléctrico, como la palabra precisa, la sonrisa perfecta o la chispa adecuada

Carmelo Gómez, Enma Suárez y Nancho Novo en La Ardilla Roja

Existen momentos que marcan vidas. De repente, alguien se cruza en tu historia o te mira de una forma especial y te vuelve del revés. Los planetas se detienen, silencian su música y el mundo entero cambia. Son unos segundos, pero son para siempre.

He estado pensando en esos detalles precisos en los que cambiamos la percepción que teníamos de alguien o creamos un “nuestro” donde antes no había nada, esos momentos que hacen única nuestra relación con otra persona. Hablo del instante en el que empezamos a ver a alguien de forma diferente. Pensadlo, ¿Podéis recordar la sonrisa concreta que hizo que vuestro corazón diese un vuelco? ¿Esa palabra dicha en el momento justo que lo cambió todo? ¿Quizás esa mirada que os dejó sin habla? ¿Ese segundo en que empezasteis a ver a un amigo de otra forma? ¿La primera conversación? En el mundo del otro lado del espejo tenemos la teoría de que los amores que de verdad marcan, sean consumados o no, son los que podemos retrotraer hasta ese momento en el que nuestro cerebro colapsó por culpa de esa otra persona, mucho más si fue un momento compartido, pero no es imprescindible. En otros tipos de relaciones interpersonales ocurre algo muy similar, en el fondo es un detectar corrientes de atracción, de simpatía o de afinidad, pero la teoría es más precisa si hablamos de amor, no pidáis números ni cantidades, hay cosas que no se pueden ni se deben medir, lo que sí sabemos los habitantes del espejo es que si el reconocimiento es compartido, las endorfinas hacen una fiesta y se anudan hilos invisibles entre los individuos implicados que casi nunca se rompen, se estiran cuanto sea necesario si se alejan, pero siempre suelen permanecer.

¿Empezáis ya a recordar algún momento de vuestra vida en el que hayáis sentido algo así? Momentos como girar la cabeza para mirar con disimulo a esa persona de la que tanto has oído hablar, encontrar una sonrisa capaz de derretir piedras preparada solo para ti y notar que en ese momento se tiende un hilo entre ambos que impide que os separéis en la multitud. Aparecer un hombre que nunca has visto y sentir un cierto desasosiego, una inquietud , un darse cuenta de todo lo que no es perfecto y al segundo ver que todas esas mismas cosas se vuelven perfectas de repente con una mirada, sentir entonces el hilo anudándose en tus pupilas que para siempre van a querer bucear en las suyas. Que un día cualquiera, al contacto de la mano de un amigo o con un entretenerse los ojos sientas una corriente eléctrica, te tiemblen las piernas y se desaten los nudos de la amistad para atarse los del deseo. Una palabra precisa en un camerino lleno de gente, una canción cantada para una sola persona que ata más que una cuerda. Un comentario escrito que se transforma en el hilo que hace bailar una peonza hecha de mil cosas acumuladas en el tiempo y que de ese girar loco surja otra forma de sentirse. Un cruzarse de repente con alguien absolutamente inesperado y que te mire, te sonría y te salude y luego te mire a escondidas y te sonría mucho más si le descubres y notar como se forma un nudo en una parte escondida del cerebro donde bailan juntos la alegría y un toquecito de vanidad. Un comunicarse sin voz con un artista desconocido con el que no compartes idioma y atar nudos con pinceles y risas. Se podría poner mil ejemplos más, reales e inventados, pero a estas alturas ya deberíais saber bien de qué hablamos. Actualmente, estamos trabajando en la comprobación de si los hilos se crean en el instante preciso o si preexisten esperando la conexión que los ate. También investigamos si a veces funcionan dentro de los sueños, creemos que sí, pero aún está por ver.

 Pensad en vuestros hilos, es casi seguro que los tenéis, está demostrado que algunas de las leyes que ordenan el mundo del espejo pueden exportarse al mundo normal, es posible (y probable) que esta sea una de ellas, aquí, donde vuestra realidad es extraña, nunca estamos seguros de nada.

Si habéis visto "La Ardilla Roja" de Julio Medem, entenderéis esta escena y el motivo de que os la ponga para ilustrar este texto. Lamento la calidad del vídeo, no lo encontré mejor


Y como banda sonora, no se me ocurre nada más perfecto que "Eléctrico" de Supersubmarina

"...Algo giró en mi barriga, 
la fricción me provocó.
Algo que no podré explicar, 
algo parecido a una descarga, 
algo parecido a un huracán...

...Como un impulso eléctrico, eléctrico, eléctrico...

...Porque me temblaron las entrañas...."


Pd: El título del post, como muchos habréis notado, es una unión alocada de palabras geniales de Iván Ferreiro, Silvio Rodríguez, Bunbury y Supersubmarina. A veces las mezclas imposibles saben bien.

Pd2: El día después de escribir esto, vi que alguien compartió esto en Facebook: http://elacorazado.com.mx/la-leyenda-del-hilo-rojo/. Desde entonces me siento menos loca

lunes, 5 de mayo de 2014

Astronauta soy en órbita lunar o de las estrellas que enseñan a pensar

2001 odisea espacio, fotograma, 2001 spacial oddity



De niña, uno de mis deseos “para cuando fuese mayor” era ser astronauta, también quería ser bióloga, pintora, escritora o un Indiana Jones femenino. A algunas de estas cosas he llegado a acercarme un poquito, pero hoy quiero hablar de estrellas y para eso nos quedaremos con mi anhelada faceta de astronauta, que para mí, en esencia, significaba ser un viajero del espacio y, aunque me gustaba lo de los trajes con escafandra y toda esa parafernalia, lo que en verdad quería era pilotar naves espaciales como las de “Star Wars” (“La Guerra de las Galaxias” en aquellos tiempos en los que un Jedi era un “Yedi” y no un “Yedai”). Por eso, salía a hurtadillas de casa cuando ya no había luz y me metía dentro del coche que se guardaba en el garaje, y que, a escondidas del resto del mundo, tenía la virtud de convertirse en mi nave personal sólo con activar la llave de contacto de mi imaginación. Adoraba especialmente el fantástico Halcón Milenario, tan audaz, clandestino y veloz, con el que imaginaba viajar de planeta en planeta a través de rutas plagadas de estrellas, esas mismas que vigilaba tumbada en una colchoneta en el jardín para encontrar movimientos extraños que indicasen que había vida más allá de la Tierra. Era un trabajo duro, demasiado cielo que controlar y demasiada responsabilidad para alguien tan pequeño, pero ocurrió que en el tiempo dedicado a esas observaciones aprendí a pensar, y es que no hay nada tan absolutamente inspirador para el cerebro como observar lo que no se entiende en soledad y buscando explicaciones. Dijo un sabio, real o inventado, ahora no recuerdo bien, “La sabiduría nace de observar una hilera de hormigas”, es algo parecido a lo que me pasó a mí con las estrellas, de ellas aprendí a recrearme en el pensamiento, a disfrutar de mis momentos solitarios, a tener un enorme mundo interior que sólo en ocasiones dejaba y dejo asomar fuera de mi cabeza y, sobre todo, aprendí el gozo casi místico que acompaña al hecho de abismarse, la sobrecogedora sensación de dejar que la inmensidad inunde el alma a través de la incomprensión de algo tan difícil de aprendeher como el Universo, la vida, la Eternidad, la infinita tristeza del espacio, la infinita felicidad de la nada. Supongo que es mi forma de meditar, de apagar el ruido interior, de que desaparezca todo por unos instantes, de entenderme. También me ocurre algo parecido con el cielo diurno, el Sol y las nubes, por eso los observo con mimo, pero la noche es mejor, en ella viven las estrellas y la Luna de las que mi espíritu se alimenta. Probadlo, dejad que os inunden una noche oscura, lejos de la ciudad, en silencio, fundíos con la nada, desapareced…



Una postal desde Lewinland (Andrés Lewin)

A cuento de esto, tengo algunas referencias culturales que con el tiempo fui encontrando y que ayudaron a centrar tanta y tan temprana rareza. Algunas de mis películas fetiche, varias de ellas situadas en el delicado territorio de la obsesión, se encuadran en la Ciencia Ficción, pero hoy viene a cuento especialmente “2001, odisea en el espacio” en la que se perfilan algunos conceptos que desde muy pequeña me acompañaron y que se fueron definiendo poco a poco. Por eso descubrirla fue toda una revelación, un impacto en mi vida, la amo, es una obra maestra y por ella (y por muchas otras), siempre adoraré a Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, el autor de la novela en la que se basa, también fantástica y que, al igual que la película he disfrutado mil veces. Los monos, embriones de lo que será el Hombre, aprendiendo a pensar, evolucionando ante algo que se escapa de su entendimiento como es el monolito, las escenas en el espacio, Hal 9000 cantando su muerte (“Daisy…. Daisyyy…”), el final, su música, su fotografía. Todo sublime. De las secuelas no merece demasiado la pena hablar, aunque cuando un tema me gusta, me recreo también, sin perder el criterio, en sus alrededores, siempre ansiosa de más. Otras novelas y cuentos de los muy recomendables Arthur C. Clarke e Isaac Asimov también se me enredaron en la mente, así como las numerosísimas, breves y viciosas novelas pulp de Ciencia Ficción que desde pequeña leí con devoción. A la soledad del espacio también nos acerca la reciente “Gravity”, que aunque me gustó, me dejó el regustillo amargo que deja el saber que algo que está bien podría haber sido mejor, pero aunque sólo sea por su fotografía, merece la pena. En cuanto a la música, algunas de mis canciones preferidas también hablan de ello. Tremendamente impactante fue la primera escucha de “Halley 2061” de Andrés Lewin, sobre todo la frase “entonces comprendí que la tristeza viene del espacio” y sentí en lo más profundo que alguien lo comprendía. Otra maravilla es “Spacial Oddity” de Bowie, sublime en todo. Bunbury también es fascinante en “Lady Blue” y M-Clan en “Llamando a la Tierra”. Y no me olvido de otros muchos como Iván Ferreiro, en todo él vive el espacio y salpica de su esencia muchas de sus canciones, hasta tal punto que podrá desbordar este post, por eso mejor otro día le dedico uno entero, y es que cuando escucho sus letras me da la impresión de que podría entender todo esto. Son suposiciones, igual que mi empeño en ver amor a las estrellas escondido entre los versos de Antonio Vega. Tengo mucha imaginación y no puedo evitar divagar.

Disfrutad de los vídeos, lo mejor de este blog son las canciones. Hay muchas más y es posible que lo vaya ampliando, acepto sugerencias





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