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miércoles, 19 de agosto de 2015

Lobishome



LOBISHOME

Aparecía siempre como de la nada, envuelto en el misterio de sus largas ausencias y en olor a bosque. Traía en los ojos cierta ansiedad animal, un brillo como de otro mundo, de cristal no empañado por la rutina y la civilización, y una sonrisa amplia que precedía a las manos ansiosas de carne, a la lengua hambrienta de sus labios. Ella creía saber lo que era y lo que buscaba. Le traicionaban la dilatación de sus pupilas y las pinceladas doradas que jaspeaban el verde de sus ojos. No era sólo un hombre, era un vacío insondable en el que olvidarse de la rutina del mundo prosaico. Él, sin embargo, no sabía que sus tendencias campestres obedecían a una naturaleza marcada a fuego en sus genes con la fuerza de una bendita maldición.

El hombre mordió su boca, apretando el cuerpo femenino contra el suyo, notando la suavidad de los pechos, el desafío impertinente de los pezones contra la tela que los mantenía cautivos. Susurró en su oreja con voz ronca de deseo, haciéndole cosquillas con la barba al tiempo que ella escondía las manos en su pelo rebelde, retorciéndolo con los dedos, arañando. Luego fue bajando despacio, rozando con los dientes el cuello que ella le ofrecía, erizándole la piel con el soplo de su aliento cálido, lamiendo.

Cuando estaba a punto de llegar con la lengua y las manos al codiciado tesoro que escondía el levísimo vestido, ella se separó, agarró sus muñecas y, mirándole con intensidad, le suplicó:

── Ámame en el bosque, bajo la Luna, quiero absorber su magia, que esta noche sea especial.

Él, que ya no se sorprendía de esas fantasías que daban un matiz de locura a su educación científica, movido por el mismo deseo voraz que le haría seguir a aquellas caderas al fin del mundo, accedió.

── Vamos, el coche está en la puerta.

── Ve arrancando, me cambio y salgo.

En aquel lugar de árboles centenarios, con la luz de la Luna iluminando sus siluetas y el ulular de un búho, incómodo por su presencia, como única compañía, ella se propuso hacerle más feliz que nadie. Arrojó la túnica roja que cubría su cuerpo al suelo y él enmudeció al ver resbalar la tela sobre la piel desnuda.

Devoró su boca con ferocidad, acarició el sexo suave con manos lujuriosas, olisqueó sus dedos y los rincones más ocultos de la mujer y sus hormonas le inundaron el cerebro haciéndole volar. La penetró con furia, la misma que ella buscaba, aferrándose a sus pechos con desesperación, mordiendo su nuca mientras se diluía en ella aullando a la noche como un animal.

Al regresar, ella repetía como un mantra el inicio de la canción que desde siempre canturreaban las mujeres de su familia y que esa noche, por fin, cobró significado:


Aún no es tiempo de Luna Amarilla, pero llegará, 

derramando sal en su caminar. 

Esa misma sal que lamerás en mi piel cuando aúlles a mi lado.


* La imagen es un fotograma de la película Red Riding Hood (Caperucita Roja), basada en el cuento de los hermanos Grimm dirigida por Catherine Hardwicke y protagonizada por Amanda Seyfried, Gary Oldman, Shiloh Fernandez y Julie Christie entre otros.

*Escrito para el concurso de relatos eróticos "Fantasías Textuales" de El Círculo de Escritores

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