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sábado, 25 de febrero de 2017

Flores de tinta


Ante mis ojos el mundo comenzó a cambiar. Se perdieron los colores y la tinta ganó la partida. Las flores, antes llenas de tonos diferentes, sucumbieron a la belleza de las sombras aguadas, a los matices de unos azules que con su fuerza robaban  protagonismo a la palidez inocua del cielo. Y os juro que esta vez el azul no fue tristeza, pues la contemplación de aquella transformación prodigiosa era un vehículo hacia la sabiduría, como ocurre cada vez que los humanos nos enfrentamos a lo desconocido.

*La foto no tiene filtros de ningún tipo.
*La canción que asocio a la imagen en mi mente es "Lápiz y tinta" de El último de la fila


viernes, 1 de mayo de 2015

La tinta de mis dedos



“Escribe, o tus manos sangrarán tinta”, me dijo, y yo respondí que no entendía cómo podía hablar si estaba muerta.

Pero sabía que tenía razón.

Y sangraron. Parecía imposible, pero ocurrió.

Primero empezaron a azularse, como si por dentro de la piel sólo hubiese venas transparentándose al otro lado del blanco, con un tono como de carne muerta o triste.

Personas desconocidas preguntaban qué me ocurría en las manos mientras subía las escaleras que llevaban a mi cabeza. No habrían sido capaces de entender que por dentro me recorrían ríos de historias, así que les miré con los ojos de cristal de quien mira al vacío y seguí mi camino sin dar explicaciones.

Después, ya en ese lugar casi seguro que soy yo misma, escribí de forma enloquecida, con mis dedos goteando sangre azul que extendí por mi cuerpo, para nutrirlo de las palabras que son mi esencia.

Y al hacerlo, grité tiburones y mordiscos en las entrañas, espirales de sueños rotos y cuentos por vivir.

Rompí en mil pedazos corazones dibujados con esos mismos dedos manchados de sangre de escritora. Y las pajaritas de papel que surgían de mis manos se volvieron azules, cobraron vida y volaron para anidar en corazones firmes y rojos.

Retorcí la lengua y convulsioné, ahogada por una palabra tan enredada en las cuerdas vocales que no podía salir.

Escupí ansiedades sin digerir y vomité el arte que acumulaban mis ojos antes de salir a buscarle bajo un cielo tan negro como el olvido, una oscuridad densa que enturbiaba ese paisaje de mi infancia que recorrí con los zapatos rojos de bruja verde que él hizo mágicos.

Cada vez duele menos el tatuaje incandescente que nuestro encuentro me causó, tan difuminado por el borrador del Tiempo implacable que ya casi no lo pueden ver las otras bocas que juegan con la piel donde aún palpita su nombre.

La tristeza azul fluye por mis venas penetrando todos los rincones de mi cuerpo, devastando cuanto toca, convirtiéndome en el libro que cuenta nuestra historia. Porque yo le hice eterno con la sangre de mis dedos.

Escribir para no sangrar más tinta, esa que se mezcla con mi alma.


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