sábado, 23 de abril de 2016

Aquellos maravillosos años. Libros.

     
En la imagen, Bastian, personaje de La Historia Interminable
     Aprendí a leer antes que el resto de los niños, antes casi que cualquier otra cosa que haya aprendido. Y lo aprendí bien, tanto que algunos de mis primeros recuerdos están relacionados con libros. También con otros niños, monstruos, aventuras y bicicletas, pero esa es otra historia, que otro día contaré, igual que mis inicios en el mundo de la escritura. Si hurgo en mi niñez, encuentro una niña con trenzas larguísimas, sonrisa grande y un libro o un cuaderno y mil lápices en la mano, o leyendo antes de dormir, a veces escondida bajo las mantas. linterna en mano, como los niños listos de las películas. Si busco en mí, aún puedo sentir la inquietud que me producía aquella maestra manca, directora del colegio, que, con su mano buena, me sacaba de la clase de los niños de preescolar para llevarme a la de los niños mayores, porque, a pesar del riesgo de una sanción por parte de aquella figura misteriosa que era el inspector escolar, no podía dejar que una niña que ya leía libros tuviese que tener delante de los ojos una cartilla con la “a, e, i, o, u”. Yo, con las mejillas rojas de vergüenza e ira porque me separaban durante aquella hora de mis amigos para llevarme a una clase en la que los demás me miraban raro, la seguía con fastidio. Pero cuando empezaba la clase, todo cobraba sentido, ya no tenía que pensar en secreto que los demás eran un poco tontos por no ser capaces de unir letras y me dejaba llevar. Eso cambió luego, cuando llegó la hora de ir a otro colegio y ya no había una directora que se preocupase por desarrollar la inteligencia de sus pupilos. Entonces llegaron los tiempos de gozar en las horas de clase de Literatura y de aburrirse en las de Lengua, observando a mis compañeros intentar entender con torpeza conceptos que me parecían tan simples, que a ratos pensaba que era imposible que no los comprendiesen. Luego entendí que su problema era que no leían. Para entonces, yo ya me había todo lo que había caído en mis manos, que era mucho. Los cuentos y los libros infantiles dieron pronto paso a los libros de aventuras y mi vida se llenó de Julio Verne, de Sandokan, de viajes a lugares extraños, de Alicia y sus mundos, de cuentos clásicos como los de los Grimm, de vidas de niños en internados y de mil lecturas más, tantas veces devoradas. Y también de clásicos como El Lazarillo de Tormes, o una edición “infantil” y extraña de La Celestina que aún conservo. Mis padres y mis tíos alimentaban mi ansia de lectura y a mi biblioteca llegaban varios libros al mes, además de infinidad de tebeos. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.  No tardó mucho en llegar el descubrimiento de las novelas pulp, que mi tío leía y lee con pasión, sus favoritas eran las de vaqueros, pero yo me fui encargando de que llegasen a mis manos las de horror y ciencia ficción, cuando bajaba al quiosco a cambiárselas. Al principio, las leía a escondidas porque era demasiado pequeña, según los mayores, para eso, hasta que les fui convenciendo de que era una batalla perdida intentar evitarlo. Aún las amo, las recopilo y las leo. Qué felicidad haber conocido, con el tiempo, a algunos de sus autores. También llegó en seguida el gusto por el terror del maestro Stephen King y similares. Y nunca se fue, había llegado para quedarse. Y debió ocurrir por la misma época, el descubrimiento, en una estantería en casa de mi tía, de Viven, aquella historia que me conmocionó y que tantas veces leí, especialmente impactante porque estaba basada en un hecho real y había canibalismo de por medio. Ese siempre fue otro de mis libros recurrentes. Con la adolescencia, se abrieron las miras y el realismo mágico impactó con fuerza en mi cerebro. Mastiqué con deleite a Rulfo, García Márquez, Isabel Allende y algunos más. Abrí las puertas a algunos clásicos medievales y descubrí a Asimov, Arthur C. Clarke, Italo Calvino, y otros tantos. Mi mente lectora se expandía por momentos y jamás se detuvo.  Nunca fui muy normal, ahora lo sé. Y también sé que parece ser real eso de que “de lo que se come se cría”, que dice la sabiduría popular.

     El después, ya no tiene cabida en “Aquellos maravillosos años”, pero podéis imaginar que la universidad fue un Big bang de leer y descubrir, lo técnico y lo que no. Ahora, sigo nadando entre libros, como lectora, como parte de dos editoriales y como autora. 


*Como podréis suponer, no es una recopilación exhaustiva de datos, títulos y autores, mi intención no es esa. En “Aquellos maravillosos años” pretendo mirar el mundo con los ojos de aquella niña que fui (y sigo siendo). Y así os lo cuento.


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miércoles, 20 de abril de 2016

De gatos y fantasmas



"Y se produjo aquel silencio de los cementerios, aquella atmósfera donde cada movimiento de las ramas de los árboles colindantes, se escucha amplificado. Y apareció el viento, poniendo esa melodía característica al pasar por las cosas. El tiempo se percibe de otra manera ante los restos de los que alguna vez vivieron."


DE GATOS Y FANTASMAS

En el vacío,
al que nos condenamos como autómatas sin voluntad,
entrechocamos los huesos de nuestros muertos.
Dimos voz a los fantasmas,
los de dentro y los que llevamos atados a la espalda.
Escupimos a la lógica
con discursos que reavivaron a las almas
que vagan en nuestros corazones

Yo arañaba las paredes con las uñas mutiladas
y lijaba mis colmillos incipientes,
en un intento de detener al monstruo
que tú alimentabas desde el otro lado de las rejas
con palabras que quemaban como hielo líquido
escurriéndose entre mis costillas,
buscando un corazón que paralizar.

Al otro lado, susurraba un viento de olvido y hiel
que arrastraba lágrimas de lluvia,
y mi no ser
comenzaba a concretarse en el lugar donde vive la nada.

Entonces llegaron los muertos,
intercediendo en nuestra noche infinita,
sembrando señales que hay que aprender a leer,
reafirmando la profecía
que el Rey de los Gatos me regalo
en la primera etapa de su viaje infinito:

Maullará,  llamándote con sus ojos verdes,
siguiendo su voz, llegarás a tu hogar, 
allí, donde se asientan tus raíces, él te esperará.
Y gritaréis juntos con voces felinas.
Y arañaréis vuestros cuerpos, buscando redención 
en una batalla de lascivia y miedos,
de esas que hacen enmudecer las guerras.
Luego, os lameréis las heridas como animales,
llegará la paz en brazos del otro
y la lluvia borrará los restos de la batalla. 

Sé que un día, desde ese otro lugar,
el Rey de los Gatos sonreirá con su sonrisa franca.
Y a su lado, nuestros fantasmas se mirarán, cómplices.
Será como renacer limpios de pecado
Y comenzará, por fin, la vida.


Más textos de Raúl Campoy en su blog, Misantropía

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miércoles, 6 de abril de 2016

Limbo

Levitación

Cultivo con esmero ojeras de llanto almacenado,
agua podrida infectando el marco de mis ojos tristes,
anegados de frío y sinrazón
Nada es tan inquietante como la tibieza terrible del limbo.
La felicidad y la infelicidad suspendidas en el mismo instante y lugar,
encrucijada maldita entre el todo y la nada, el dolor y el éxtasis, el amor y el vacío.
Hoy dueles con sutileza de herida antigua,
aunque palpitas en mi tiempo de ahora,
comedido, como el protagonista de un amor ya viejo.
Rechazo con violencia las ganas de buscarme,
al escuchar ecos de los tiempos de la huida,
ahogo al monstruo que pide vida,
me odio por convertirme en lo que niego.


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