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viernes, 27 de febrero de 2015

Disparos verdes


A veces, me palpo los huesos para recordar que por dentro sólo soy un esqueleto más, que esta vida que disfraza mi muerte es únicamente un vestido sin lentejuelas esperando ser arrancado por un amante descontrolado dueño de una guadaña afilada.

Nunca me cicatrizan bien las heridas de la incomprensión, ni las que hacen las mentiras o las que me hago a mí misma al disimular lo que sé, quizás porque no puedo evitar arrancarme las costras, que imagino hechas de veneno supurante, sangre seca y desamor, para no verlas.

Un árbol me apunta con sus ramas nuevas. Le miro sin moverme, esperando, y me dispara balas de yemas primaverales que estallan en hojas recién nacidas. Caigo al suelo con el corazón reventado, herida de recuerdos, manchado el pecho de fragmentos pegajosos de verde nuevo.

Por un momento, siento un miedo infinito a que se vaya el frío con sus vapores de anestesia y a que el corazón se cure.

El árbol estira sus ramas y rebusca en mi pecho, entremezcla su savia nueva con mi sangre antigua y noto una tibieza que no quiero sentir. Le grito que me deje morir, y él, ajeno a mis súplicas, clava sus ramas más profundamente, hasta que se convierten en raíces con la humedad de mi cuerpo.

Nadie vio nunca antes un corazón verde latir, pero late, y mis heridas, cerradas, se confunden con mi piel y no se notan.

Ahora creo en la primavera como un nuevo principio.

Tal vez, sólo hay que morir para renacer de nuevo.

(Textos guardados en los bolsillos del tiempo)

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