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miércoles, 8 de junio de 2016

Una vuelta de Halley


Y entonces comprendí
que la tristeza viene del espacio
(Lewin)

Existió una vez un genio… 

Desde el pasado seis de enero, una y otra vez han pulsado mis dedos las teclas precisas para construir ese principio de frase. Y una y otra vez se han detenido justo en la última o. Más allá de ese punto, las lágrimas tomaban el control y las palabras que iban a ser escritas se volvían sucesión de recuerdos silenciosos en mi mente.

El regalo esa Noche de Reyes se lo hizo la tierra al cielo en forma de nueva estrella, de nuevo habitante del espacio con domicilio en la cola del cometa Halley. Y al día siguiente el frío fue más frío aún que el que noté que desprendía en la última caricia la blanca piel del amigo que, sin que lo supiéramos, estaba ya en el punto de partida de su último viaje. Brotaron las lágrimas con las palabras pronunciadas delante de su cuerpo ya vacío, tan tapado, tan arrebatado de los brazos de los que le queríamos por aquellos señores y sus ritos antiguos. Se me heló el corazón con cada palada que caía sobre la madera, con el sonido que produjo el puñado de tierra que mis manos arrojaron sobre su última morada. Lo escuché bien porque en ese momento en el mundo no había nada más que silencio y pena. Y me temblaron las piernas, y me tuvieron que sujetar manos amigas. Luego, una oleada de tristeza invadió el aire fresco de la sierra mientras sonaban de fondo las voces de animales de una granja cercana, que tanto le habrían gustado, y que desde ese momento, pensé, le acompañarían en medio de aquella calma atroz. Ellos y su madre, tan añorada. Su madre por decisión suya, los animales como una extraña gracia del destino, un último regalo que él entendería bien. Sus amigos también lo entendimos. Nos despedimos en la puerta de su nuevo jardín, diciéndole adiós con la música que él habría querido: violín y contrabajo desgarrando corazones y calma, y en mi mente el deseo de que aquel momento fuese interrumpido por el balar de una cabra, el rebuznar de un burro o el lento saludo de un imposible perezoso. Le habría encantado, pero esta vez el destino fue tímido y, erróneamente respetuoso, no se atrevió a romper la belleza de la melodía. Después hubo abrazos protectores de los que atan destinos y refuerzan espíritus y se asentaron con firmeza los cimientos  de una familia no sanguínea que dejó bien unida para siempre. Pocas cosas unen más que el dolor y el amor compartidos, y habían sido días intensos, aterradores y tristes, muy tristes.

Pero antes de que dejara de existir en la Tierra, vivió el tiempo suficiente para dejar una huella profunda. Y ahora sí, hoy que es su cumpleaños, voy a ser fuerte y voy a escribir para él, porque es de las pocas cosas que sé hacer y se lo debía. Y porque son meses de arder las palabras en la punta de mis dedos. La tristeza es también algo físico y duele.

Vamos allá.

Existió una vez un genio. Y no es poca cosa esa porque los genios no abundan, señores.  Es más, podríamos decir que hay personas que hacen genialidades, pero luego hay otras que además de hacerlas, son geniales en sí mismas. Cualquiera que conociese a Andrés Demian Lewin, sabía que él era de estos últimos. Nadie sabe la suerte que es tener en su vida a alguien así hasta que lo prueba. Los genios dispersan su genialidad bañándonos en partículas de luz que nos barnizan la piel y nos hacen diferentes, nos inmunizan contra la cotidianidad que nos intenta contaminar con su humo gris al menor descuido. Él nos protegía de eso con sus locuras y lo seguirá haciendo desde el lugar que ahora habita con su recuerdo y sus señales. 

Os hablo y le hablo porque así lo siento, y este escrito es entre él y yo, aunque os deje leerlo.

Fue hermoso tenerte en mi vida, querido, como lo fue el regalo en forma de rosa que hiciste brotar en mi ventana cuando el rosal dormía su sueño profundo de invierno. Había huido a mi jardín burbuja a llorarte dos días después de tu partida y al abrir la persiana ahí estaba, fresca y preciosa, imposible como un milagro. Y sé que fuiste tú, aunque probablemente nadie lo crea. Y qué más da eso si una de las máximas que he llevado por bandera siempre en mi vida es que hay que ser uno mismo aunque nos miren con cara de “pobre demente”, y a tu lado, esta idea se reforzaba. Qué nos llamen locos o raros, qué más da si nosotros disfrutábamos haciendo carteles surrealistas para los conciertos, organizando cosas extrañas a  ojos  de los aburridos o debatiendo durante horas sobre asuntos patafísicos. Qué hermosa es la creatividad cuando es compartida. A veces pienso que nadie más entenderá mi parte surrealista como lo hacías tú. Sí, mi querido genio loco, fue maravillosa tu amistad y también fue emocionante, divertida y a ratos desquiciante. 

Cuánta tristeza dejaste, tanta como la que guarda un globo fugitivo escapando de un coche en mitad de la locura del tráfico de una estación o en una gasolinera en mitad de la nada, camino de una aventura. Yo sí entendía aquello, como entendía tantas cosas. 

Y tengo que decirte que me da rabia que te hayas ido precisamente cuando estaban a punto de cumplirse los sueños que habíamos planeado durante años ese equipo de tres locos que formábamos mi hermana, tú y yo. Pero no me da rabia por nosotras, me da rabia por ti que ibas a tener, por fin,  lo que tanto merecías. Por nuestra parte, siempre haremos todo lo posible para que esos sueños sean algo sostenido en el tiempo, sin un final.

Te has ido, sí, pero las vidas se construyen y reconstruyen con los pedacitos que vamos dejando en los demás, por eso vas a ser eterno. Has dejado una parte en cada uno de nosotros, esa familia no sanguínea de la que hablaba antes, los que te quisimos cada uno por nuestro lado y que ahora estamos juntos. Qué habilidad tan grande tenías para rodearte de gente maravillosa, tengo que agradecerte el regalo que me has hecho trayendo a mi vida a los que todavía no estaban en ella.

No voy a hacer de este texto una enumeración de anécdotas, no porque no las haya, que podría llenar un libro, sino porque, aunque me haga la fuerte, me está costando mucho escribirte. Tal vez más adelante cuente más cosas de ti para que los que no te conocieron puedan atisbar, aunque sea un poquito, la suerte que tuve de que fueses mi amigo.

Muere joven y deja un bonito cadáver, dice la conocida frase. Maldita sea. Maldita mierda. Yo te quería ver viejo esperando la llegada del Halley, pero te fuiste demasiado pronto a ese lugar en el que ya no te puede alcanzar la vejez para arruinar tu piel preciosa.

Feliz 38 cumpleaños. Se feliz, niño índigo, hombre de las estrellas, volando aferrado a la cola del cometa. Saluda a los ciervos astronautas de mi parte y espérame allí con los panqueques que dejamos pendientes. Yo te prometo ver algún día la película que tú sabes en tu honor para hablar de ella cuando nos encontremos. Aquí, en este mundo que es mucho más aburrido desde que te fuiste, tus amigos brindamos por ti.




*La canción del vídeo forma parte del disco "La tristeza de la Vía Láctea".

Más información sobre Lewin:
https://www.facebook.com/Starshollowmanagement
https://www.facebook.com/lewindemian

*La foto del perrito no sé de quién es, la utilicé una vez para el cartel de uno de sus conciertos y le entusiasmó. En eso nos parecíamos mucho.

#LaTristezaDeLaVíaLáctea #Lewin #LewinInMemoriam

lunes, 6 de junio de 2016

Vinieron los fantasmas


Los fantasmas y la lluvia de Mar Goizueta
Foto: Los fantasmas y la lluvia 
Vinieron los fantasmas. Traían aliento de pasado y un gesto triste en unos rostros que me observaban con nostalgia, en la curvatura de esos labios que alguna vez deseé. Sus miradas, interrogaciones sin cerrar, lo decían todo. También vi curiosidad en sus palabras, disfrazadas de cotidianeidad. Querían saber si los había llorado, si alguna vez los eché de menos, si la lluvia del olvido había borrado sus rostros, si alguien ocupaba ya su lugar. Si nos equivocamos.

Yo los miraba y los veía tan hermosos como antes, pero lejanos. Ya no sentía sus raíces en mí. No dolían.

Vinieron los fantasmas, y no trajeron enseñanzas del pasado, ni consejos, ni un qué hacer.  

Y nos dio un poco de pena
pero daba un poco igual
nos pusimos a reír

Vinieron los fantasmas, cada uno a su lugar. Y no has venido tú, de carne escondida en un presente imperfecto en el que mis palabras rebotan como el eco del silencio.

Y no sé dónde estarás
ni en qué frase te perdí
y por eso cada día lanzo mi botella al mar
con un poco de por qué
y otro poco de ojalá
y por eso cada día lanzo mi botella al mar
y viviendo aquí en Madrid
no sé si te llegará
le pedí a los marineros
"traigan mar a la ciudad"

Vinieron los fantasmas, como otras veces, a apuntalar mis piernas, a sujetar mis brazos, a recordarme quien soy y por qué me amaron. Intuyeron que estaba a punto de dejarme arrastrar por la inconsistencia y me lanzaron el salvavidas de mi recuerdo en sus corazones Por eso siempre son bienvenidos.

Cuando vuelvan los fantasmas
que se queden a cenar
y te vienes tú también


*Los versos en cursiva están sacados de la canción "Delante de mi" de Lewin



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lunes, 5 de mayo de 2014

Astronauta soy en órbita lunar o de las estrellas que enseñan a pensar

2001 odisea espacio, fotograma, 2001 spacial oddity



De niña, uno de mis deseos “para cuando fuese mayor” era ser astronauta, también quería ser bióloga, pintora, escritora o un Indiana Jones femenino. A algunas de estas cosas he llegado a acercarme un poquito, pero hoy quiero hablar de estrellas y para eso nos quedaremos con mi anhelada faceta de astronauta, que para mí, en esencia, significaba ser un viajero del espacio y, aunque me gustaba lo de los trajes con escafandra y toda esa parafernalia, lo que en verdad quería era pilotar naves espaciales como las de “Star Wars” (“La Guerra de las Galaxias” en aquellos tiempos en los que un Jedi era un “Yedi” y no un “Yedai”). Por eso, salía a hurtadillas de casa cuando ya no había luz y me metía dentro del coche que se guardaba en el garaje, y que, a escondidas del resto del mundo, tenía la virtud de convertirse en mi nave personal sólo con activar la llave de contacto de mi imaginación. Adoraba especialmente el fantástico Halcón Milenario, tan audaz, clandestino y veloz, con el que imaginaba viajar de planeta en planeta a través de rutas plagadas de estrellas, esas mismas que vigilaba tumbada en una colchoneta en el jardín para encontrar movimientos extraños que indicasen que había vida más allá de la Tierra. Era un trabajo duro, demasiado cielo que controlar y demasiada responsabilidad para alguien tan pequeño, pero ocurrió que en el tiempo dedicado a esas observaciones aprendí a pensar, y es que no hay nada tan absolutamente inspirador para el cerebro como observar lo que no se entiende en soledad y buscando explicaciones. Dijo un sabio, real o inventado, ahora no recuerdo bien, “La sabiduría nace de observar una hilera de hormigas”, es algo parecido a lo que me pasó a mí con las estrellas, de ellas aprendí a recrearme en el pensamiento, a disfrutar de mis momentos solitarios, a tener un enorme mundo interior que sólo en ocasiones dejaba y dejo asomar fuera de mi cabeza y, sobre todo, aprendí el gozo casi místico que acompaña al hecho de abismarse, la sobrecogedora sensación de dejar que la inmensidad inunde el alma a través de la incomprensión de algo tan difícil de aprendeher como el Universo, la vida, la Eternidad, la infinita tristeza del espacio, la infinita felicidad de la nada. Supongo que es mi forma de meditar, de apagar el ruido interior, de que desaparezca todo por unos instantes, de entenderme. También me ocurre algo parecido con el cielo diurno, el Sol y las nubes, por eso los observo con mimo, pero la noche es mejor, en ella viven las estrellas y la Luna de las que mi espíritu se alimenta. Probadlo, dejad que os inunden una noche oscura, lejos de la ciudad, en silencio, fundíos con la nada, desapareced…



Una postal desde Lewinland (Andrés Lewin)

A cuento de esto, tengo algunas referencias culturales que con el tiempo fui encontrando y que ayudaron a centrar tanta y tan temprana rareza. Algunas de mis películas fetiche, varias de ellas situadas en el delicado territorio de la obsesión, se encuadran en la Ciencia Ficción, pero hoy viene a cuento especialmente “2001, odisea en el espacio” en la que se perfilan algunos conceptos que desde muy pequeña me acompañaron y que se fueron definiendo poco a poco. Por eso descubrirla fue toda una revelación, un impacto en mi vida, la amo, es una obra maestra y por ella (y por muchas otras), siempre adoraré a Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke, el autor de la novela en la que se basa, también fantástica y que, al igual que la película he disfrutado mil veces. Los monos, embriones de lo que será el Hombre, aprendiendo a pensar, evolucionando ante algo que se escapa de su entendimiento como es el monolito, las escenas en el espacio, Hal 9000 cantando su muerte (“Daisy…. Daisyyy…”), el final, su música, su fotografía. Todo sublime. De las secuelas no merece demasiado la pena hablar, aunque cuando un tema me gusta, me recreo también, sin perder el criterio, en sus alrededores, siempre ansiosa de más. Otras novelas y cuentos de los muy recomendables Arthur C. Clarke e Isaac Asimov también se me enredaron en la mente, así como las numerosísimas, breves y viciosas novelas pulp de Ciencia Ficción que desde pequeña leí con devoción. A la soledad del espacio también nos acerca la reciente “Gravity”, que aunque me gustó, me dejó el regustillo amargo que deja el saber que algo que está bien podría haber sido mejor, pero aunque sólo sea por su fotografía, merece la pena. En cuanto a la música, algunas de mis canciones preferidas también hablan de ello. Tremendamente impactante fue la primera escucha de “Halley 2061” de Andrés Lewin, sobre todo la frase “entonces comprendí que la tristeza viene del espacio” y sentí en lo más profundo que alguien lo comprendía. Otra maravilla es “Spacial Oddity” de Bowie, sublime en todo. Bunbury también es fascinante en “Lady Blue” y M-Clan en “Llamando a la Tierra”. Y no me olvido de otros muchos como Iván Ferreiro, en todo él vive el espacio y salpica de su esencia muchas de sus canciones, hasta tal punto que podrá desbordar este post, por eso mejor otro día le dedico uno entero, y es que cuando escucho sus letras me da la impresión de que podría entender todo esto. Son suposiciones, igual que mi empeño en ver amor a las estrellas escondido entre los versos de Antonio Vega. Tengo mucha imaginación y no puedo evitar divagar.

Disfrutad de los vídeos, lo mejor de este blog son las canciones. Hay muchas más y es posible que lo vaya ampliando, acepto sugerencias





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