Viernes 13.
Un viento gigante y antiguo sopla futuristas cometas de metal y pájaros ígneos en formación.
Huyen del invierno en silencio. También las estrellas fugaces.
Sembrando el terror, dos asteroides se acercan.
"No hay peligro", dicen. Y quizás mientan.
El miedo acecha y a veces se viste de muerte.
De todas las muertes.
De la muerte de todas las cosas.
He roto el miedo en pedazos. Ahora cae desde la Luna transformado en lluvia fina de partículas, diminutos embriones de letras que escriben, al posarse, versos que quedarán retenidos para siempre en la tela de mi viejo paraguas, negro como la falta de luz.
Los leo.
Son salvajes y libres, como el amor de quienes se lanzan al vacío en pos de lo que tanto cuesta encontrar y por el camino sienten crecer alas en su espalda.
Cierro el paraguas.
Me quito la escafandra y espero el impacto.
Dicen que no hay peligro.
Yo me lo creo a medias. En mi cabeza suena, insistente, una canción:
Si la especie humana se abocara a la extinción quiero que seas mi último paisaje. Si explota la Tierra, qué importa mientras tú seas mi último paisaje. * La canción es "mi último paisaje" de Luis Ramiro, y pertenece al disco "Magia". También le he robado el título. Podéis escucharla aquí:
*Imagen: Buzo con paraguas (París, 1949) *Más información sobre Luis Ramiro en www.luisramiro.com.
Sólo dos monstruos pueden encontrar la canción que les hará bailar juntos más allá del miedo.
Y será hermosa aunque no lo sea, como las historias de amor que comienzan con mordiscos y dolor y acaban siendo eternas.
Lo que marca su camino son las huellas que se dejan con firmeza en la arena y en la mente, el sendero de admiración y brillo que los monstruos no pueden dejar de transitar en su búsqueda. Porque para quienes sólo entienden de emociones puras, no merecen la pena las mediocridades.
Sólo los amantes sobreviven. Y más si esconden colmillos en sus sonrisas y garras feroces en los bolsillos.
*Imagen:Sólo los amantes sobreviven (Jim Jarmusch, 2013)
Suspendido en el tiempo
infinito,
en el lugar donde habita lo más puro,
le encontrarás
siempre,
a través de la puerta invisible que conecta mundos,
te doy la mano.
Hoy tu dolor es mi dolor.
Luz de Luna llena iluminando
el sendero de hielo que preserva
intacta y lleva
a la carne que se ha de cocinar.
Esta noche,
que es de corazón revuelto,
de arenas fluyendo en el reloj del tiempo
del revés
pienso en las palabras bellas
saliendo de tus dedos, de tu lengua,
directas a horadar mi pecho, a enredarse
en mis costillas
como un disparo certero
de semillas de vida.
Y ahora sí, brillo
y es porque tú enciendes la llama
de la Mujer de acero,
Hombre pedernal,
más allá de la piel,
hoguera que arde
en el epicentro del desastre
de los sueños de libros mezclados
entre bocas sedientas
de sabiduría y besos nuevos,
de anhelos que arrasen
la cordura y se escriban
sobre la piel de los amantes.
Deseos de noche “plenilunada”,
como cantaba Chavela,
que es
azul como la tristeza,
azul como ninguna,
pues desde que te fuiste
no he tenido
luz de Luna.
La maravillosa "Luz de Luna" de Chavela Vargas como música de fondo
Cuando Caperucita no es Caperucita y Alicia no es Alicia y al mismo tiempo sí lo son, el Lobo es feroz sin serlo del todo o lo es de diferentes maneras, las muchachas son menos inocentes de lo que parecen y los conejos son cómplices de asuntos turbios. Cuando cae la noche y se abren otros mundos, las historias se mezclan y surge mi cuento para Onírica. Hijos de Iquelo, una antología de relatos sobre lo intangible, lo que pertenece al mundo de la locura, los sueños, el surrealismo...
Me hace mucha ilusión ser uno de los autores que participan y compartir ese placer con plumas como las de Sergio Moreno Montes, Athman M. Charles, Javier Trescuadras, Teo Rodríguez, Juan Ángel Laguna Edroso, Laura López Alfranca, Bea Magaña, David Jasso, Carmen Moreno, Wifac Atope, Alicia Pérez Gil, Javi Martos, Israel Alonso, Aitor Heras, So blonde, Álvaro Peiró Burriel, Juan González Mesa, Lorena Gil Rey, Cristina Jurado, Víctor Conde, David Gambero, Rubén Pozo, Carlos J. Lluch, Esteban Dilo, María Dolores Dávila, Alex Puerta, Beatriz T. Sánchez, J. Javier Arnau, J. A. Campos (Toluuuu), Daniel Gutiérrez y Pilar Pedraza. Y más siendo una antología basada en una idea de Athman M. Charles y coordinada por J. A. Campos.
No hay ley de vida más terrible y cierta que la que habla del morir: si se vive, se muere.
La gata me mira de frente, de igual a igual. Es blanca, naranja y tiene un parche negro en el ojo. Una hermosa gata pirata, despiadada y terrible que durante la noche me ha dejado un regalo en el jardín, un tenebroso obsequio de Halloween. Y no es una gata cualquiera, es una gata que invade mundos ajenos y tiene alma de artista, una escultora de cadáveres a los que busca un podio adecuado. Sobre un tronco podado del albaricoquero, se derraman los restos de una paloma: entrañas rojas bordeadas de alas en alto, recogiendo la carne aún fresca. No hay cabeza y las moscas se revuelcan en un festín macabro formando parte de una composición a la que, a pesar de su naturaleza, no le puedo negar cierta belleza. Está en alto, tanto que apenas puedo llegar sin encaramarme al columpio cercano, lo suficientemente elevada para pasar desapercibida a quién no mira al cielo, pero la gata, astuta, quiso asegurarse de que su obra fuese hallada y dejó pistas en el suelo, una hermosa composición de plumas blancas sobre hojas de níspero y hierba.
Hace un rato ha regresado al jardín para preguntarme con los ojos si había recogido el regalo. En silencio, le he dicho que lo he recogido a mi manera.
Hoy es Halloween y quizás no es mal día para morir convertida en arte.
Hoy es Halloween y una gata artista me ha regalado un cuento y unas fotos terribles con cierta belleza siniestra.
* Os he ahorrado la foto sensible, pero la podéis ver aquí
Despierta,
que el otoño ha llegado
y se esconde
esperando que lo busquemos
en las setas que guarda bajo los pinos,
en los ojos húmedos de los caballos
que pagan
el pan del caminante
con la sabiduría de su mirada,
en los tonos de las hojas
que atrapan el sol
en ese árbol,
que cambia con cada estación,
y ahora es una hoguera eterna
de ramas rojas y doradas
como lenguas de fuego.
Despierta,
que la entrada al camino secreto está abierta
y espera
que crucemos su puerta de zarzas,
con sangre como tributo,
barro en las botas
y el cabello cubierto con velos de telarañas
como novias nuevas.
Despierta,
que las rocas se han movido
en silencio
y hay monstruos nuevos
esperando ser descubiertos
para ser
más allá del olvido
y la inexistencia
Despierta, que el sol es aterciopelado
como piel de membrillo
maduro
y no quema
si no miras su reflejo
en las alas de la Reina Libélula
que susurra secretos
con su danza
y esparce lluvia.
Septiembre suena a frufrú de alas rotas,
a despertador de monstruos
durmientes, que resurgen
buscando a su creador.
Septiembre, implacable,
oculta un maldito recuerdo de fragilidad:
igual que
se nace,
se muere.
*La foto es The skeleton and the women, deFranz Fiedler (1885-1956). En un principio puse otra imagen para ilustrar el poema, pero buscando otra cosa, me di de bruces con esta fotografía que es mucho mejor.
Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email
Es importante aprender las reglas de la partida:
no mover ficha, no es una opción,
hacerlo, a veces, tampoco.
Y luego está ese extraño juego
en el que el único movimiento ganador
es no jugar.
*La imagen es un fotograma de El Séptimo Sello (Ingmar Bergman, 1957) *Los últimos versos están basados en una escena de la película Juegos de Guerra (John Badham, 1983) Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email
Desde el pasado seis de enero, una y otra vez han pulsado mis dedos las teclas precisas para construir ese principio de frase. Y una y otra vez se han detenido justo en la última o. Más allá de ese punto, las lágrimas tomaban el control y las palabras que iban a ser escritas se volvían sucesión de recuerdos silenciosos en mi mente.
El regalo esa Noche de Reyes se lo hizo la tierra al cielo en forma de nueva estrella, de nuevo habitante del espacio con domicilio en la cola del cometa Halley. Y al día siguiente el frío fue más frío aún que el que noté que desprendía en la última caricia la blanca piel del amigo que, sin que lo supiéramos, estaba ya en el punto de partida de su último viaje. Brotaron las lágrimas con las palabras pronunciadas delante de su cuerpo ya vacío, tan tapado, tan arrebatado de los brazos de los que le queríamos por aquellos señores y sus ritos antiguos. Se me heló el corazón con cada palada que caía sobre la madera, con el sonido que produjo el puñado de tierra que mis manos arrojaron sobre su última morada. Lo escuché bien porque en ese momento en el mundo no había nada más que silencio y pena. Y me temblaron las piernas, y me tuvieron que sujetar manos amigas. Luego, una oleada de tristeza invadió el aire fresco de la sierra mientras sonaban de fondo las voces de animales de una granja cercana, que tanto le habrían gustado, y que desde ese momento, pensé, le acompañarían en medio de aquella calma atroz. Ellos y su madre, tan añorada. Su madre por decisión suya, los animales como una extraña gracia del destino, un último regalo que él entendería bien. Sus amigos también lo entendimos. Nos despedimos en la puerta de su nuevo jardín, diciéndole adiós con la música que él habría querido: violín y contrabajo desgarrando corazones y calma, y en mi mente el deseo de que aquel momento fuese interrumpido por el balar de una cabra, el rebuznar de un burro o el lento saludo de un imposible perezoso. Le habría encantado, pero esta vez el destino fue tímido y, erróneamente respetuoso, no se atrevió a romper la belleza de la melodía. Después hubo abrazos protectores de los que atan destinos y refuerzan espíritus y se asentaron con firmeza los cimientos de una familia no sanguínea que dejó bien unida para siempre. Pocas cosas unen más que el dolor y el amor compartidos, y habían sido días intensos, aterradores y tristes, muy tristes.
Pero antes de que dejara de existir en la Tierra, vivió el tiempo suficiente para dejar una huella profunda. Y ahora sí, hoy que es su cumpleaños, voy a ser fuerte y voy a escribir para él, porque es de las pocas cosas que sé hacer y se lo debía. Y porque son meses de arder las palabras en la punta de mis dedos. La tristeza es también algo físico y duele.
Vamos allá.
Existió una vez un genio. Y no es poca cosa esa porque los genios no abundan, señores. Es más, podríamos decir que hay personas que hacen genialidades, pero luego hay otras que además de hacerlas, son geniales en sí mismas. Cualquiera que conociese a Andrés Demian Lewin, sabía que él era de estos últimos. Nadie sabe la suerte que es tener en su vida a alguien así hasta que lo prueba. Los genios dispersan su genialidad bañándonos en partículas de luz que nos barnizan la piel y nos hacen diferentes, nos inmunizan contra la cotidianidad que nos intenta contaminar con su humo gris al menor descuido. Él nos protegía de eso con sus locuras y lo seguirá haciendo desde el lugar que ahora habita con su recuerdo y sus señales.
Os hablo y le hablo porque así lo siento, y este escrito es entre él y yo, aunque os deje leerlo.
Fue hermoso tenerte en mi vida, querido, como lo fue el regalo en forma de rosa que hiciste brotar en mi ventana cuando el rosal dormía su sueño profundo de invierno. Había huido a mi jardín burbuja a llorarte dos días después de tu partida y al abrir la persiana ahí estaba, fresca y preciosa, imposible como un milagro. Y sé que fuiste tú, aunque probablemente nadie lo crea. Y qué más da eso si una de las máximas que he llevado por bandera siempre en mi vida es que hay que ser uno mismo aunque nos miren con cara de “pobre demente”, y a tu lado, esta idea se reforzaba. Qué nos llamen locos o raros, qué más da si nosotros disfrutábamos haciendo carteles surrealistas para los conciertos, organizando cosas extrañas a ojos de los aburridos o debatiendo durante horas sobre asuntos patafísicos. Qué hermosa es la creatividad cuando es compartida. A veces pienso que nadie más entenderá mi parte surrealista como lo hacías tú. Sí, mi querido genio loco, fue maravillosa tu amistad y también fue emocionante, divertida y a ratos desquiciante.
Cuánta tristeza dejaste, tanta como la que guarda un globo fugitivo escapando de un coche en mitad de la locura del tráfico de una estación o en una gasolinera en mitad de la nada, camino de una aventura. Yo sí entendía aquello, como entendía tantas cosas.
Y tengo que decirte que me da rabia que te hayas ido precisamente cuando estaban a punto de cumplirse los sueños que habíamos planeado durante años ese equipo de tres locos que formábamos mi hermana, tú y yo. Pero no me da rabia por nosotras, me da rabia por ti que ibas a tener, por fin, lo que tanto merecías. Por nuestra parte, siempre haremos todo lo posible para que esos sueños sean algo sostenido en el tiempo, sin un final.
Te has ido, sí, pero las vidas se construyen y reconstruyen con los pedacitos que vamos dejando en los demás, por eso vas a ser eterno. Has dejado una parte en cada uno de nosotros, esa familia no sanguínea de la que hablaba antes, los que te quisimos cada uno por nuestro lado y que ahora estamos juntos. Qué habilidad tan grande tenías para rodearte de gente maravillosa, tengo que agradecerte el regalo que me has hecho trayendo a mi vida a los que todavía no estaban en ella.
No voy a hacer de este texto una enumeración de anécdotas, no porque no las haya, que podría llenar un libro, sino porque, aunque me haga la fuerte, me está costando mucho escribirte. Tal vez más adelante cuente más cosas de ti para que los que no te conocieron puedan atisbar, aunque sea un poquito, la suerte que tuve de que fueses mi amigo.
Muere joven y deja un bonito cadáver, dice la conocida frase. Maldita sea. Maldita mierda. Yo te quería ver viejo esperando la llegada del Halley, pero te fuiste demasiado pronto a ese lugar en el que ya no te puede alcanzar la vejez para arruinar tu piel preciosa.
Feliz 38 cumpleaños. Se feliz, niño índigo, hombre de las estrellas, volando aferrado a la cola del cometa. Saluda a los ciervos astronautas de mi parte y espérame allí con los panqueques que dejamos pendientes. Yo te prometo ver algún día la película que tú sabes en tu honor para hablar de ella cuando nos encontremos. Aquí, en este mundo que es mucho más aburrido desde que te fuiste, tus amigos brindamos por ti.
*La canción del vídeo forma parte del disco "La tristeza de la Vía Láctea".
Más información sobre Lewin:
https://www.facebook.com/Starshollowmanagement
https://www.facebook.com/lewindemian *La foto del perrito no sé de quién es, la utilicé una vez para el cartel de uno de sus conciertos y le entusiasmó. En eso nos parecíamos mucho.
Vinieron los fantasmas. Traían aliento de pasado y un gesto triste en unos rostros que me observaban con nostalgia, en la curvatura de esos labios que alguna vez deseé. Sus miradas, interrogaciones sin cerrar, lo decían todo. También vi curiosidad en sus palabras, disfrazadas de cotidianeidad. Querían saber si los había llorado, si alguna vez los eché de menos, si la lluvia del olvido había borrado sus rostros, si alguien ocupaba ya su lugar. Si nos equivocamos.
Yo los miraba y los veía tan hermosos como antes, pero lejanos. Ya no sentía sus raíces en mí. No dolían.
Vinieron los fantasmas, y no trajeron enseñanzas del pasado, ni consejos, ni un qué hacer.
Y nos dio un poco de pena
pero daba un poco igual
nos pusimos a reír
Vinieron los fantasmas, cada uno a su lugar. Y no has venido tú, de carne escondida en un presente imperfecto en el que mis palabras rebotan como el eco del silencio.
Y no sé dónde estarás
ni en qué frase te perdí
y por eso cada día lanzo mi botella al mar
con un poco de por qué
y otro poco de ojalá
y por eso cada día lanzo mi botella al mar
y viviendo aquí en Madrid
no sé si te llegará
le pedí a los marineros
"traigan mar a la ciudad"
Vinieron los fantasmas, como otras veces, a apuntalar mis piernas, a sujetar mis brazos, a recordarme quien soy y por qué me amaron. Intuyeron que estaba a punto de dejarme arrastrar por la inconsistencia y me lanzaron el salvavidas de mi recuerdo en sus corazones Por eso siempre son bienvenidos.
Cuando vuelvan los fantasmas
que se queden a cenar
y te vienes tú también
*Los versos en cursiva están sacados de la canción "Delante de mi" de Lewin.
Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu e
En la imagen, Bastian, personaje de La Historia Interminable
Aprendí a leer antes que el resto de los niños, antes casi que cualquier otra cosa que haya aprendido. Y lo aprendí bien, tanto que algunos de mis primeros recuerdos están relacionados con libros. También con otros niños, monstruos, aventuras y bicicletas, pero esa es otra historia, que otro día contaré, igual que mis inicios en el mundo de la escritura. Si hurgo en mi niñez, encuentro una niña con trenzas larguísimas, sonrisa grande y un libro o un cuaderno y mil lápices en la mano, o leyendo antes de dormir, a veces escondida bajo las mantas. linterna en mano, como los niños listos de las películas. Si busco en mí, aún puedo sentir la inquietud que me producía aquella maestra manca, directora del colegio, que, con su mano buena, me sacaba de la clase de los niños de preescolar para llevarme a la de los niños mayores, porque, a pesar del riesgo de una sanción por parte de aquella figura misteriosa que era el inspector escolar, no podía dejar que una niña que ya leía libros tuviese que tener delante de los ojos una cartilla con la “a, e, i, o, u”. Yo, con las mejillas rojas de vergüenza e ira porque me separaban durante aquella hora de mis amigos para llevarme a una clase en la que los demás me miraban raro, la seguía con fastidio. Pero cuando empezaba la clase, todo cobraba sentido, ya no tenía que pensar en secreto que los demás eran un poco tontos por no ser capaces de unir letras y me dejaba llevar. Eso cambió luego, cuando llegó la hora de ir a otro colegio y ya no había una directora que se preocupase por desarrollar la inteligencia de sus pupilos. Entonces llegaron los tiempos de gozar en las horas de clase de Literatura y de aburrirse en las de Lengua, observando a mis compañeros intentar entender con torpeza conceptos que me parecían tan simples, que a ratos pensaba que era imposible que no los comprendiesen. Luego entendí que su problema era que no leían. Para entonces, yo ya me había todo lo que había caído en mis manos, que era mucho. Los cuentos y los libros infantiles dieron pronto paso a los libros de aventuras y mi vida se llenó de Julio Verne, de Sandokan, de viajes a lugares extraños, de Alicia y sus mundos, de cuentos clásicos como los de los Grimm, de vidas de niños en internados y de mil lecturas más, tantas veces devoradas. Y también de clásicos como El Lazarillo de Tormes, o una edición “infantil” y extraña de La Celestina que aún conservo. Mis padres y mis tíos alimentaban mi ansia de lectura y a mi biblioteca llegaban varios libros al mes, además de infinidad de tebeos. Nunca se lo agradeceré lo suficiente. No tardó mucho en llegar el descubrimiento de las novelas pulp, que mi tío leía y lee con pasión, sus favoritas eran las de vaqueros, pero yo me fui encargando de que llegasen a mis manos las de horror y ciencia ficción, cuando bajaba al quiosco a cambiárselas. Al principio, las leía a escondidas porque era demasiado pequeña, según los mayores, para eso, hasta que les fui convenciendo de que era una batalla perdida intentar evitarlo. Aún las amo, las recopilo y las leo. Qué felicidad haber conocido, con el tiempo, a algunos de sus autores. También llegó en seguida el gusto por el terror del maestro Stephen King y similares. Y nunca se fue, había llegado para quedarse. Y debió ocurrir por la misma época, el descubrimiento, en una estantería en casa de mi tía, de Viven, aquella historia que me conmocionó y que tantas veces leí, especialmente impactante porque estaba basada en un hecho real y había canibalismo de por medio. Ese siempre fue otro de mis libros recurrentes. Con la adolescencia, se abrieron las miras y el realismo mágico impactó con fuerza en mi cerebro. Mastiqué con deleite a Rulfo, García Márquez, Isabel Allende y algunos más. Abrí las puertas a algunos clásicos medievales y descubrí a Asimov, Arthur C. Clarke, Italo Calvino, y otros tantos. Mi mente lectora se expandía por momentos y jamás se detuvo. Nunca fui muy normal, ahora lo sé. Y también sé que parece ser real eso de que “de lo que se come se cría”, que dice la sabiduría popular.
El después, ya no tiene cabida en “Aquellos maravillosos años”, pero podéis imaginar que la universidad fue un Big bang de leer y descubrir, lo técnico y lo que no. Ahora, sigo nadando entre libros, como lectora, como parte de dos editoriales y como autora.
*Como podréis suponer, no es una recopilación exhaustiva de datos, títulos y autores, mi intención no es esa. En “Aquellos maravillosos años” pretendo mirar el mundo con los ojos de aquella niña que fui (y sigo siendo). Y así os lo cuento.
Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email.
"Y se produjo aquel silencio de los cementerios, aquella atmósfera donde cada movimiento de las ramas de los árboles colindantes, se escucha amplificado. Y apareció el viento, poniendo esa melodía característica al pasar por las cosas. El tiempo se percibe de otra manera ante los restos de los que alguna vez vivieron."
En el vacío,
al que nos condenamos como autómatas sin voluntad,
entrechocamos los huesos de nuestros muertos.
Dimos voz a los fantasmas,
los de dentro y los que llevamos atados a la espalda.
Escupimos a la lógica
con discursos que reavivaron a las almas
que vagan en nuestros corazones
Yo arañaba las paredes con las uñas mutiladas
y lijaba mis colmillos incipientes,
en un intento de detener al monstruo
que tú alimentabas desde el otro lado de las rejas
con palabras que quemaban como hielo líquido
escurriéndose entre mis costillas,
buscando un corazón que paralizar.
Al otro lado, susurraba un viento de olvido y hiel
que arrastraba lágrimas de lluvia,
y mi no ser
comenzaba a concretarse en el lugar donde vive la nada.
Entonces llegaron los muertos,
intercediendo en nuestra noche infinita,
sembrando señales que hay que aprender a leer,
reafirmando la profecía
que el Rey de los Gatos me regalo
en la primera etapa de su viaje infinito:
Maullará, llamándote con sus ojos verdes, siguiendo su voz, llegarás a tu hogar, allí, donde se asientan tus raíces, él te esperará. Y gritaréis juntos con voces felinas. Y arañaréis vuestros cuerpos, buscando redención en una batalla de lascivia y miedos, de esas que hacen enmudecer las guerras. Luego, os lameréis las heridas como animales, llegará la paz en brazos del otro y la lluvia borrará los restos de la batalla.
Sé que un día, desde ese otro lugar,
el Rey de los Gatos sonreirá con su sonrisa franca.
Y a su lado, nuestros fantasmas se mirarán, cómplices.
Será como renacer limpios de pecado
Y comenzará, por fin, la vida.
Cultivo con esmero ojeras de llanto almacenado,
agua podrida infectando el marco de mis ojos tristes,
anegados de frío y sinrazón
Nada es tan inquietante como la tibieza terrible del limbo.
La felicidad y la infelicidad suspendidas en el mismo instante y lugar,
encrucijada maldita entre el todo y la nada, el dolor y el éxtasis, el amor y el vacío.
Hoy dueles con sutileza de herida antigua,
aunque palpitas en mi tiempo de ahora,
comedido, como el protagonista de un amor ya viejo.
Rechazo con violencia las ganas de buscarme,
al escuchar ecos de los tiempos de la huida,
ahogo al monstruo que pide vida,
me odio por convertirme en lo que niego.
Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo
─El Apocalipsis del que hablan las páginas sagradas ya está aquí. Oremos, oremos, hagamos llegar nuestras voces al cielo. ─El sacerdote gritaba y corría con las manos en alto por todo el pueblo, histérico y sin un rumbo fijo, como un pollo sin cabeza.
El sabio trataba de entender el fenómeno. El mundo se movía en un mareo continuo, pero nada parecía acabar de perder su estabilidad. Las casas y los árboles seguían firmemente sujetos al suelo y, salvo alguna sacudida, no había signos de destrucción. Nunca había visto algo así, ni tampoco sus antecesores en el cargo, pues un hecho como aquel no dejaría de estar señalado en alguno de los diarios de investigación que estaban obligados a llevar y que conocía casi de memoria.
Los campesinos, los artesanos y el médico habían dejado lo que estaban haciendo para correr a la plaza del pueblo, el lugar donde se decidía todo lo que tuviese que ver con el conjunto de los habitantes: el calendario de fiestas, los eventos sociales, el procedimiento a seguir en caso de emergencia o el papel que cada nuevo niño tendría en la sociedad y que se designaba ya desde su nacimiento. Esto último era muy importante en una comunidad tan pequeña y sin posibilidades de crecer por culpa del mandato divino que los hacía estar aislados del resto de la humanidad, según contaban las crónicas de fundación del poblado datadas en unos cuatrocientos años antes.
Y para colmo, lloviznaba y el sol había dejado de verse, así que su destino parecía estar dominado en ese momento únicamente por el Astro Constante, aquel que a veces veía en las horas del sol y en las de la luna, algo que asombró y sobrecogió a partes iguales al astrónomo, que en esos días andaba fascinado por un invento a medio camino entre un telescopio y una lupa gigante, construido con ayuda del inventor y uno de los antiguos libros de la biblioteca. Gracias a él, estaba registrando, cuidadosamente, cada uno de los cráteres de aquel cuerpo celeste que, o bien no seguía órbita alguna, o se movía al mismo tiempo exacto que la Tierra, como si estuviesen unidos por un hilo invisible.
El niño gigante sonrió, satisfecho, al ver que la botella flotaba siguiendo sus cálculos. La había encontrado días atrás en el desván de su casa, colocada en el pequeño poyete de la ventana de la estancia, junto a un libro de pastas verdes, escrito a mano, titulado “El proceso de creación de la granja de hombrecillos”. La letra era infantil, similar a la suya propia, redonda y grande, con círculos bien marcados sobre las íes y con cierta falta de respeto hacia los márgenes. Pero lo importante era la detallada descripción, la exactitud con la que aquel otro niño, cuatrocientos años atrás, había enumerado los objetos, plantas, animales y hombrecitos, cuidadosamente seleccionados por su trabajo y su sexo, a introducir en el frasco de cristal para crear un mundo que observar crecer. También contaba dónde ir a buscarlos, la cantidad de agua necesaria para asegurar un flujo de lluvias por condensación y muchas más cosas. Era tan emocionante que quiso seguir con aquello, y días después se le ocurrió completar el experimento llevando el frasco al estanque de su jardín, para dejar que navegase libre por aquel pequeño mar.
Una vez depositado en el agua, cogió un lapicero y se dispuso a registrar la continuación de la investigación de su padre. Estaba deseando contárselo cuando regresase de trabajar.
Así fue como empezó el viaje del mundo flotante.
*He escrito "La granja de hormigas" para el concurso "La imagen imposible I" de El círculo de escritores Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email
La sonda Chang'e 3 y el Yutu Rover le han robado sus secretos a la Luna.
Yo miro las fotos y nos imagino a ti y a mi dejando nuestras huellas eternas en la orilla del árido Mar de la Lluvia.
Luego pienso en la frialdad de besarse a través del cristal de una escafandra y en la calidez del tiempo compartido en mitad del abismo.
Y quiero volar.
#VolemosAstronauta
*Esta maravillosa foto de Dani Kxt Caxete ha sido hoy "Astronomy Picture of the Day" en la NASA. Me hace muy feliz por varios motivos, uno de ellos el que esté hecha en uno de mis lugares preferidos. No me he podido resistir a ponerle palabras en Viviendo al otro lado del espejo En estos dos enlaces, fotógrafo y fotografiado, cuentan detalles sobre el proceso: http://danikxt.blogspot.com.es/2016/01/sombras-de-luna.html http://bdouzaldarrudaceibeilustrados.blogspot.com.es/2016/01/astronomia-comparada-la-sombra-de-la.html *Aquí os hablé del lugar donde se tomó la foto: http://viviendoalotroladodelespejo.blogspot.com.es/2015/02/los-dioses-son-de-granito.html Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email :)
A veces recuerdo que fui sirena y me gustaban los marineros. Y también los buceadores, tan intrépidos en su búsqueda del misterio de los océanos. Pero sobre todo, me gustaban los buzos, con esos trajes alucinantes que los convertían en tritones con piernas, lentos y acorazados. Ellos me miraban hipnotizados y luego, al regresar a su mundo, eran tomados por locos si hablaban de la mujer acuática de pechos descubiertos.
Ahora que perdí la cola de pez y me adorno con tacones en lugar de escamas, que mis estrellas son de luz y no respiran y mi techo tiene espuma de nubes, amo a los astronautas que surcan el espacio en sus trajes protectores. Los miro, pienso en mis amores con los buzos perdidos y espero que uno me coja de la mano y me lleve a volar. Tal vez así me crezcan alas.
Sospecho que siempre me gustarán las miradas desde detrás de un cristal.
#VolemosAstronauta
*No conozco al autor de la fotografía en la que está basado este gif que tampoco sé quién ha hecho. Lo encontré en el muro de Facebook de un amigo por casualidad y surgió el texto automáticamente, casi sin pensar, por eso lo escribí directamente en la página de fans de Viviendo al otro lado del espejo. Como parece ser que gustó, lo he traído al blog. Si alguien sabe el nombre del autor de la foto que me lo haga saber y lo pondré.
Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email :)
Mientras arde el cielo, hay versos congelándose en el asfalto.
La ciudad huele a coche y humedad. También a comida, vidas ajenas y edificio viejo.
Camino solitaria por la acera casi vacía, pensando, todavía con sabor a pastel en los labios.
Un loco, del que venía observando su paso errático desde lejos, se cruza conmigo invadiendo mi espacio. Es hermoso, tiene el pelo largo y revuelto y sonríe todo el tiempo de forma desquiciada. No puedo evitar dar un paso atrás movida por el instinto, aunque no me asusta. Sin que me de tiempo a evitarlo, acerca su cara a la mía y, mirándome fijamente, me dice con una voz muy profunda que yo tengo el brillo en los ojos. Eso me reconcilia con el mundo y esbozo una medio sonrisa que lleva una pregunta dentro. Pero ya es tarde, sin dejar de hurgar en mis pupilas, se aleja con un paso como de bailar, el mismo con el que llegó hasta mí. En ese momento, me acuerdo de la pareja de retrasados que esa misma mañana se besaba con pasión desmedida en el metro y me fulmina el pensamiento de que lo que es una verdadera tragedia es ser un loco infeliz.
Tres hombres jóvenes y elegantes fuman en la puerta de un hotel. Uno me mira a la cara con impertinencia desafiante de triunfador, otro intenta traspasar la frontera de mi abrigo con ojos curiosos, el tercero se mira los pies. Yo no retiro la mirada, no me imponen los hombres grises por más que se fumen el tiempo. Entonces, pienso que los tipos con traje sueñan con morderle la boca a chicas despeinadas con olor a libertad, esas con las que nunca se casarían, las que se quedan enquistadas para siempre en sus corazones aburridos.
Ralentizo el paso, no quiero llegar al autobús, sólo quiero caminar sin nadie al lado que interrumpa mi diálogo interior. Tengo una tristeza profunda agarrada con fuerza al plexo solar y en el corazón algo que hace cosquillas, una impaciencia, algo así como la tensión contenida de los músculos de una fiera a punto de saltar. El Monstruo está dejándose domar acunado por las palabras del hombre y yo, confusa, retuerzo la mente hasta el sinsentido tratando de negarme a mí misma, aunque sé que es tarde para eso. El Monstruo derrama su pureza sin artificios y cura o hace daño a quienes ama si le abren la puerta invisible en un intercambio empático. Ese es su don y su miedo. A cambio, entrega mi alma, mi cuerpo y su devoción. No hay medias tintas en el sentir de los que no visten normas.
Al acercarme a la estación, la calle se va llenando de gente. Descubro a una mujer observándome, después un hombre que va con otro hombre y más tarde una señora mayor. Me doy cuenta de que mis ojos se han convertido en ventanas que dejan ver mi interior y me apresuro a cerrarlos.
Hace frío y mi paseo se acaba. Tengo canciones recurrentes dando vueltas en mi cerebro al mismo tiempo que divago de forma poética.
La ciudad se queda atrás mientras yo me alejo en el vientre de una ballena de tierra. Te pienso y sonrío. Aunque duela.
Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email :)