“Escribe, o tus manos sangrarán tinta”, me dijo, y yo respondí que no entendía cómo podía hablar si estaba muerta.
Pero sabía que tenía razón.
Y sangraron. Parecía imposible, pero ocurrió.
Primero empezaron a azularse, como si por dentro de la piel sólo hubiese venas transparentándose al otro lado del blanco, con un tono como de carne muerta o triste.
Personas desconocidas preguntaban qué me ocurría en las manos mientras subía las escaleras que llevaban a mi cabeza. No habrían sido capaces de entender que por dentro me recorrían ríos de historias, así que les miré con los ojos de cristal de quien mira al vacío y seguí mi camino sin dar explicaciones.
Después, ya en ese lugar casi seguro que soy yo misma, escribí de forma enloquecida, con mis dedos goteando sangre azul que extendí por mi cuerpo, para nutrirlo de las palabras que son mi esencia.
Y al hacerlo, grité tiburones y mordiscos en las entrañas, espirales de sueños rotos y cuentos por vivir.
Rompí en mil pedazos corazones dibujados con esos mismos dedos manchados de sangre de escritora. Y las pajaritas de papel que surgían de mis manos se volvieron azules, cobraron vida y volaron para anidar en corazones firmes y rojos.
Retorcí la lengua y convulsioné, ahogada por una palabra tan enredada en las cuerdas vocales que no podía salir.
Escupí ansiedades sin digerir y vomité el arte que acumulaban mis ojos antes de salir a buscarle bajo un cielo tan negro como el olvido, una oscuridad densa que enturbiaba ese paisaje de mi infancia que recorrí con los zapatos rojos de bruja verde que él hizo mágicos.
Cada vez duele menos el tatuaje incandescente que nuestro encuentro me causó, tan difuminado por el borrador del Tiempo implacable que ya casi no lo pueden ver las otras bocas que juegan con la piel donde aún palpita su nombre.
La tristeza azul fluye por mis venas penetrando todos los rincones de mi cuerpo, devastando cuanto toca, convirtiéndome en el libro que cuenta nuestra historia. Porque yo le hice eterno con la sangre de mis dedos.
Escribir para no sangrar más tinta, esa que se mezcla con mi alma.
Mar en un mar onírico y envolvente, evoca la vital necesidad de escribir de la autora. Una maravilla de lectura.
ResponderEliminar¡Genial, amiga escritora!
Miles de gracias Edgar, la necesidad de escribir es algo vital, como bien dices, seguro que tú lo entiendes perfectamente ;-)
EliminarAbrazos :)
Un escrito sutil y fino como el cristal del bolígrafo que entre sus dedos a zu lado está; azulado también.
ResponderEliminarCambiante como el camaleón de marino. Sepia usted que los océanos son así por este tipo de calamar...
Qué bueno :)´
Estupendo.
No tenía esa "sepienza" sapienza sobre las sepias, pero ahora que lo sé, quiero saber más cosas, sobre los camaleones marinos y sobre muchas otras cosas.
ResponderEliminarUn placer tenerte rondando por mi mundo del otro lado del espejo.
:)