domingo, 28 de septiembre de 2014

Aquellos maravillosos años. Niños sobre ruedas

La niña de la foto soy con mi primera bici
Ayer volví a ver Exploradores (Joe Dante, 1985) y Super 8 (J. J. Abrams, 2011). Me encantan las películas de los años 80 con niños como protagonistas, especialmente si son de ciencia ficción, de fantasía o de aventuras, géneros muy cultivados en aquellos años. Sí, lo sé, Super 8 es de antes de ayer, pero tiene el mismo espíritu que que si fuera de 1985. Tengo que reconocer que me fascina el cine ochentero, casi todas mis películas míticas son de esa época, las que son para todo el mundo y las rarezas más oscuras y extrañas que sólo me gustan a mi y a cuatro exquisitos y adorables locos más.

Después de la sesión cinéfila de ayer, tan de niños, bicis y ciencia ficción, estoy en modo "mi infancia son recuerdos...". Los más intensos recuerdos de cuando yo era niña y feliz están ligados a los fines de semana y los veranos eternos en mi casa del campo. La mayoría de los niños cuando decían que se iban al pueblo se referían a un pueblo en el que tenían raíces, abuelos, etc., en mi familia, muy de Madrid, el pueblo no venía de serie, así que lo adoptaron mis padres comprando una casa en uno que les gustó. Allí, mis amigos, mi hermana y yo éramos como los niños de esas películas de los años ochenta, todo el día viviendo aventuras, siempre encima de la bicicleta, de la que uno solamente se bajaba por imperativo materno o para echar una partida a algún juego, planear trastadas, recoger la merienda, bañarse en la piscina o ver la serie que pusieran después de comer. Era un prolongación de las piernas infantiles, un instrumento maravilloso que permitía irse muy lejos en muy poco rato en aquella época en la que las distancias eran tan flexibles como el tiempo. Recuerdo que muy a menudo organizábamos lo que llamábamos rallies o raids y que consistían en planear un recorrido por el campo para hacer en bici por lugares generalmente imposibles y que más de una vez acababan con alguno escalabrado, raspado de cuerpo entero o con un miembro escayolado. Y cómo resistían las bicicletas y los cuerpos, teniendo en cuenta que por entonces aún no se habían puesto de moda ni los cascos ni las bicis de campo y a lo sumo se veía alguna con ruedas de tacos, como la BMX de uno de mis amigos o la Motoretta que regalaron a mi hermana cuando hizo la comunión y que nunca me gustó porque pesaba mucho más que mis ligeras y ágiles Orbea de paseo, de las que tuve dos, una pequeñita y otra más grande ya, con su bocina y su cesta, especialmente útil cuando me mandaban a por algún recado al supermercado, cuando había que llevar provisiones a alguna excursión de un par de horas, para llenarla de petardos o similares o para llevar a E.T. si se pasaba por allí. Se dice que los niños son de goma, yo sospecho que las niñas más aún porque yo, haciendo el bruto exactamente igual que ellos, nunca he pasado por el trance de la escayola y aunque no lo recuerdo bien, dudo que alguno de mis amigos de esa época tenga un brazo o pierna que se haya librado de pasar por urgencias, eso sí, cicatrices tengo unas cuantas, son heridas de guerra, heridas de vida, recuerdos. Había más juegos con la bici como protagonista, todos bastante violentos, pero serían más complicados de entender fuera de una mente infantil.

Después llegaron la adolescencia y las motos aunque, en realidad, yo ya había tenido una moto de campo siendo muy pequeña, y la bici quedó en un segundo plano, en un lugar fronterizo entre la infancia y la juventud. La bici era más divertida, pero la moto molaba. Aunque al final, mezclando conceptos, uno acababa haciendo rallies con la moto, que no estaba preparada para eso, pero no eran tan emocionantes. La bici permitía llegar mucho más lejos, no en distancia, pero si atravesando campos y lugares, tapias, riachuelos y accidentes geográficos con el socorrido método de bajarse de ella. Con el tiempo, llegaron también las mountain bikes. Con ellas, ya más mayores, recorríamos kilómetros y kilómetros, pueblos y más pueblos, pero nunca tuvieron tanto encanto como las antiguas y al final las fuimos abandonando con los años y con la llegada de los tiempos de "no quiero ir al pueblo porque he quedado con un chico o con mis amigos de Madrid".

Ahora, a veces pienso que cuando la ciudad por fin me acabe de saturar y me haga rural, desempolvaré mi vieja Orbea y la restauraré o me compraré una bici chula de paseo, con cesta y marchas y volveré a sentirme como aquella niña que se creía invencible y capaz de llegar al fin del mundo sobre su bicicleta.

Y os dejo con la intro de "Aquellos maravillosos años" que, aunque referida a un tiempo anterior, creo que queda perfecta para reflejar lo que cuento. La canción es With A Little Help From My Friends de Joe Cocker

jueves, 18 de septiembre de 2014

Vivir antes de que la vida decida que hemos vivido bastante. El elogio de la sombra

El elogio de la sombra, Tanizaki. Un cofre, una bandeja de mesa baja, un anaquel de laca decorados con oro molido, pueden parecer llamativos, chillones, incluso vulgares; pero hagamos el siguiente experimento: dejemos el espacio que los rodea en una completa oscuridad, luego sustituyamos la luz solar o eléctrica por la luz de una única lámpara de aceite o de una vela, y veremos inmediatamente que esos llamativos objetos cobran profundidad, sobriedad y densidad
Fragmento de El elogio de la sombra de Junichiro Tanizaki (1933)
A veces pienso en la muerte. Siempre lo he hecho desde que tengo uso de razón, desde que era muy pequeña. Al principio, pensaba en ella como un horror físico, me aterraba la idea de la descomposición, de los gusanos, de lo que ocurría con el cuerpo después de morir. Nunca me dieron miedo los cadáveres recientes, ni los esqueletos, ni los fantasmas, ni siquiera de niña. Mi temor se circunscribía al horror material de lo que ocurría post mortem. Después, en la adolescencia y sus alrededores, las experiencias vividas y el convencimiento de que la solución a mi fobia pasaba por el fuego, me llevaron a pensar en ella como ausencia, como tristeza o como una forma de resolver los tormentos de algunas personas. Más adelante, la vida hizo que viese la muerte como el pozo más profundo, el dolor más brutal, el más intenso deseo cuando no se soporta la pena, cuando el único pensamiento es haber querido morir en lugar de otra persona. Es mentira que el tiempo cure o que haga olvidar, pero sí mitiga los daños y hace que se aprenda a convivir con las cicatrices, y mucho tiempo después, comprendí que, en realidad, la Muerte era una gran maestra, la mejor de todas. Con métodos crueles, enseña a disfrutar de la vida. Nadie sabe apreciar la felicidad como el que conoce la pena más desgarradora. Sin haber vivido lo peor, no se adquiere el sutil talento de gozar de los momentos en los que no se está sufriendo.

Partiendo de esto, se puede llegar a ver la muerte como complemento embellecedor de la vida, como una capa de sombra, de oscuridad, que hace resaltar ciertos momentos de la vida con brillo, como la luz de un candil destaca y convierte en joyas los detalles de una habitación que antes de encenderlo estaba completamente a oscuras. La muerte siempre subyace por debajo de la vida, es el destino de todo ser vivo y el pasado que pisamos en nuestro caminar, es la línea paralela en la que habitan los que ya nos dejaron. Por ello, es necesario saber convivir con ella, no hay que negarla, hay que conseguir aprender a iluminar su oscuridad con las luces perfectas para cada momento, que son, ni más ni menos, las cosas que nos hacen felices, no las que nos resultan cómodas, eso sería iluminar con una luz fría, inquietante y excesivamente blanca, como la de las carnicerías, no, hay que aprender a iluminar con una felicidad de luz cálida, acogedora, de la que de verdad nos hace brillar al reflejarse en nuestra piel, esa que prende nuestro cerebro, nuestro corazón y nuestra tripa. Huir de las falsas luces por vistosas que parezcan es fundamental, no son vida, son costumbre, rutina, monotonía, negación de lo creativo y de la belleza: muerte, en definitiva. Es fácil caer en ellas, son esos amores que denominamos así porque es lo correcto, aunque no nos hagan vibrar, esos trabajos que apagan nuestras ilusiones porque no nos gustan a pesar de que se consideren "buenos", esos amigos que dejaron de serlo cuando dejamos de querer pasar el tiempo a su lado. De todo se puede huir. Por difícil y doloroso que parezca, es mucho peor permanecer en una falsa felicidad que siempre va a impedir la existencia de una felicidad plena. Y si no se puede escapar, al menos hay que intentarlo, tener esperanza de poder hacer lo que nos guste, dar alas a los amores que nos vuelven locos, intentar hacer las cosas que nos llenan de alegría. No hay que olvidar que la maestra Muerte llega en cualquier momento y si algo no nos vamos a poder perdonar nunca es no haber intentado ser felices.

 La muerte como sombra y la vida como luz, es una idea a la que le doy muchas vueltas, a veces disfrazada de otros pensamientos y contrastes. Hace años, leí un ensayo delicioso de Junichiro Tanizaki titulado El elogio de la sombra en el que habla de este mismo concepto aplicado a la estética japonesa. Un libro pequeñito y exquisito en el que enseña que igual que en Occidente se aprecia el brillo por encima de todo, en Japón se aprecia la sombra como parte de la belleza de los espacios y los objetos, como un tamiz que hace más especial todo lo que pasa a través de su superficie. Al leerlo comprendí que yo era un poco japonesa en cuanto a mis gustos estéticos. Fue toda una revelación. Os aconsejo que lo leáis.

Otra foto del libro, por si os habéis quedado con ganas de más

El elogio de la sombra, Tanizaki.

Y os dejo con "Hasta que te tengas que ir" de Bruno Bonacorso como banda sonora


"Las cosas de luz hacen sombra"
(Sólo por esa frase perfecta, viene a cuento la canción)

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Electricidad

Electricidad de Eugenio Prati (1899)
Electricidad de Eugenio Prati (1899)
Arráncame con tus manos
la electricidad de la piel,
la corriente chispeante
escondida en mi tripa,
esos pequeños rayos
que recorren el vacío
de tu ausencia,
la inquietud animal,
los sentidos alerta,
el hormigueo que eriza mi piel
jugando a ser tu aliento
en mitad de la tormenta
que provocan tus palabras.

Y de música "Electrical Storm· de U2


Let's see colours that have never been seen
Let's go places no one else has been

You're in my mind all of the time
I know that's not enough
Well if the sky can crack there must be someway back
To love and only love

Electrical storm
Electrical storm
Electrical storm

sábado, 13 de septiembre de 2014

Historias de dados y fantasía I. El Niño Dragón

Nunca escribo para niños, mis cuentos siempre son para mayores, excepto los que cuento a algún niño de forma improvisada y esos no suelo escribirlos, pero hace poco me regalaron unos maravillosos dados de contar historias y en cuanto los tengo en mis manos, mi cabeza se activa y empiezan a surgir un montón de cuentos, así que los he tirado y con las imágenes que han salido he escrito esto casi sin pensar, como un juego. A ver si os gusta

Story Cubes


HISTORIAS DE DADOS Y FANTASÍA I: EL NIÑO DRAGÓN

Cuando llegué a la tierra de la Reina Elefanta no podía imaginar ni por un momento todas las aventuras que aún me faltaban por vivir. Y no es que el camino hasta ese extraño lugar hubiese sido fácil, pero lo conseguí con la ayuda del mapa que robé de la vieja biblioteca de mi abuelo el aventurero, tan antiguo que casi se deshacía en mis manos, y del dirigible que robé a aquel hombre tan raro, el del sombrero que echaba vapor, el mismo que pillé espiando por la ventana y que me persiguió en cuanto me vio coger el mapa. Menos mal que yo era el más rápido de la escuela, y que lo único que había que hacer para que aquel vehículo eligiese el rumbo correcto era decírselo con voz clara y educada. Era sorprendente que conociese el lugar al que le pedí que me llevase, y eso que no aparecía en ningún mapa que yo hubiese visto hasta el momento ¡Y mira que siempre se me había dado bien la Geografía! Seguramente, el que antes de enfilar el cielo en línea recta diese como siete mil vueltas sobre sí mismo, tuvo algo que ver con la llegada a aquel país que no sabía que existía. Me pasé el viaje pensando que, en realidad, el vehículo era una especie de pez globo gigante, inteligente y volador que respiraba aire, pero la timidez me impidió preguntárselo, hasta que durante el regreso, y con ayuda de unos restos de los bocadillos que llevaba en la mochila, nos hicimos amigos y decidió que yo era mucho mejor compañía que el hombre del sombrero, siempre enfadado, ambicioso y antipático, pero eso es otra historia que en su momento os contaré.

El mapa indicaba con una cruz roja, grande y precisa la ubicación del enorme trono de la Reina Elefanta, que era vieja y sabia como solamente los elefantes pueden serlo. Al verla sentada, comprendí el motivo de que ella fuese la reina. Por una parte, era la única elefanta del lugar. Por otra, era el animal más grande de la región. También tenía cuatro magníficas rodillas que le permitían sentarse de formas muy espectaculares para alguien no humano y, por último, su trompa era un magnífico apéndice para llevar el cetro real. Me contó que era una maestra interpretando presagios y sueños y que pensaba que yo era el pequeño explorador que llevaban tiempo esperando, así que había decidido contarme como llegar al sitio secreto. Yo, que no tenía ni idea de que debía ir a un sitio secreto y que solamente había llegado hasta allí guiado por el impulso que cualquiera sentiría al ver una cruz en un mapa antiguo, empecé un torrente de preguntas sin fin que ella cortó de golpe, comenzando un frenético barritar que me dejó tembloroso y sin saber qué decir. Cuando consiguió callarme, me dijo que simplemente era mi destino llegar hasta allí, y que debía seguir sus instrucciones. Me entregó un saquito lleno de algún tipo de semillas similares a las judías indicándome en el mapa un camino que me llevaría hasta la guarida del cuervo guardián. Debía ir caminando, a ser posible sin hacer mucho ruido para que no me comiese ninguna alimaña, y mirando siempre bien a mi alrededor para evitar peligros. Si todo salía según lo previsto, en un día llegaría. Luego tendría que gritarle al cuervo que tenía un manjar para él. Según ella, los cuervos son extremadamente inteligentes, pero les resulta complicado hablar. Si comía una de esas judías, su lengua se volvería tan clara como la de un ser humano y podría mantener una conversación con él durante una hora, si comía dos, dos horas y si comía tres, tres horas. Así hasta cinco, pero siempre de una en una. En el momento en que llegase a comer la número seis, podría hablar como un humano para siempre, así que la decisión de que eso ocurriese o no quedaba en mis manos. Pensé que eso tendría que discutirlo con el cuervo más tarde.

Llegué, cansado y con algún rasguño, pero llegué y grité al cuervo mientras mostraba una judía en mi mano. El cuervo bajó raudo y veloz y engulló la semilla con ansiedad. En cuanto la hubo tragado, con un acento exquisito me pidió que fuese más educado, que no gritase tanto y que le contase qué necesitaba de él. Le dije que no tenía ni idea, que la Reina Elefanta me había dicho que tenía que ir a buscarle. Al mencionarla, el cuervo cambió de expresión todo lo que un cuervo puede cambiar: se le cerraron los ojillos, se le puso una expresión soñadora y empezó a contarme que yo debía ser el elegido, el muchacho de la estirpe del dragón que tenía la misión de devolver a esas imponentes criaturas al mundo de los humanos para que con su magia pusiesen orden en todo lo que el Hombre había destruido desde que ellos decidieron desaparecer, dejando únicamente un huevo como forma de perpetuarse. Yo escuchaba atónito ¡Cómo iba a ser yo, un muchacho como cualquier otro, sin nada especial excepto la velocidad de mis piernas, el elegido para algo así! Pero allí estaba, hablando con un cuervo después de hablar con un elefante. Si eso había sido posible, el resto también, y ya que estábamos, iríamos a por todas. Pregunté qué debía hacer y contestó que, de momento, darle otra judía si quería que siguiera hablando. A continuación, moviendo las alas muy rápido, removió el suelo bajo sus patas y apareció una estrella. Me pidió que saltase de punta a punta, con el pie derecho y así se abriría una compuerta, pero antes debía beber agua de una fuente mágica que estaba allí cerca con la copa de oro del Dragón para comprobar si era el elegido. Lo hice, sin preguntar qué pasaría en el caso de no serlo, no fuese a considerar echarme atrás una vez que había llegado hasta mi supuesto destino, y bajé las escaleras ocultas tras la trampilla. No había más que una mesa, y sobre ella un huevo brillante que parecía palpitar colocado sobre una especie de escudo. Cogí el huevo, lo metí en la mochila y di la vuelta al escudo. El dibujo me sorprendió. Era un dragón, justo la misma imagen que tenía el escudo que estaba colgado sobre la chimenea de mi abuelo, ese que cuenta la leyenda de mi familia que tenía tantos años como mi propio apellido, Draco.

Salí al exterior de nuevo y allí estaba el cuervo graznando. Le di otra semilla y le pregunté si quería seguir hablando para siempre. Aceptó con la condición de que le llevase conmigo de vuelta, pues ya, sin nada que custodiar allí, no tenía sentido seguir llevando esa vida solitaria. Accedí y de camino le fui dando las judías según iba acabando su efecto. Al llegar a la sexta ya estábamos a medio camino, ya que él sabía un atajo, y al engullirla se convirtió en hombre. Cuando me recuperé de la impresión un rato después, me contó que tenía cientos de años, que había nacido en mi mundo y que estaba embrujado para poder custodiar la entrada secreta más disimuladamente. Seguimos camino y llegamos al poblado de la Reina Elefanta. Le conté que tenía el huevo y me dijo que era urgente llevarlo a mi tierra, pero que tenía que cuidar muy bien de él hasta que naciese la cría. Cuervo, que ya se había quedado con el nombre después de tanto tiempo, decidió ayudarme en mi tarea y regresar conmigo. Subimos al dirigible tras despedirnos con mucha pena de aquel lugar extraordinario y con mi más educada voz le pedí que nos llevase a casa. Y aquí comienza una nueva aventura. Pero esto, una vez más, es otra historia.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

La inhumanidad consiste en detener la mecánica del corazón

La mecánica del corazón Mathias Malzieu
Imagen de La mecánica del corazón
Primero, no toques las agujas de tu corazón. Segundo, domina tu cólera. Tercero y más importante, no te enamores jamás de los jamases. Si no cumples estas normas, la gran aguja del reloj de tu corazón traspasará tu piel, tus huesos se fracturarán y la mecánica del corazón se estropeará de nuevo (Mathias Malzieu, "La Mecánica del corazón")

La inhumanidad es un páramo donde habitan el silencio
y a ratos un monótono tic tac sin altibajos
o un latido suspendido...

Es una cámara de vacío aislando del dolor
una plácida muerte inmóvil
la Utopía de mi yo cobarde.


martes, 9 de septiembre de 2014

Las palabras que no vas a decirme, esas son las duras de verdad


"Palabras" es uno de los poemas que puedes encontrar en #TeOdioComoNuncaQuiseANadie de LUIS RAMIRO, que puedes conseguir en: http://luisramiro.com/tienda.html
Palabras. Luis Ramiro. Del poemario "Te odio como nunca quise a nadie"
Estoy pensando en palabras, no en las que siguen su naturaleza comunicativa y se expresan, esas cumplen su función, están completas. Me refiero a las otras, a las que no se dicen, a las que se quedan guardadas en la mente o atrapadas en la lengua detrás de un muro de dientes, de miedo o de no saber. Y son muchas, casi tanto como las que se dicen y tan importantes o más que ellas. Algunas sólo las retenemos un tiempo prudencial, que siempre es demasiado, pero otras no las decimos nunca, se quedan enredadas entre pensamientos. Algunas veces permanecen allí para siempre, intactas, enquistadas, esas son las que duelen, al que las guarda y muchas veces también al que no las recibe. Suelen ser palabras de amor, confesiones no hechas, palabras importantes capaces de transformar vidas. Otras van mutando su sentido con el tiempo, pero se obstinan en quedarse porque un día fueron importantes. Estas pasan en su mayor parte a ser recuerdos y arrepentimientos por lo no vivido, si fueron cambiando es que no tenían el fuerte poder de transformación de las anteriores, pero igualmente suelen doler. 

Las palabras crean el mundo, lo definen, son la esencia de todo, son capaces de insuflar vida al Golem y de volver reales los pensamientos. Son extremadamente poderosas, por eso las brujas las usan en sus conjuros, por eso los poetas tienen algo de magos, por eso los escritores son demiurgos creadores aún sin ser la mayoría conscientes de su magia.

En realidad, todos somos creadores, construimos nuestro mundo y las relaciones con las personas a través de la comunicación. En función de lo que decimos, crecen las paredes y los elementos de esos lugares comunes que tenemos con cada miembro de nuestro entorno. De nada sirve pensar en alguien de un modo o de otro o sentir algo concreto si no lo decimos. Podemos pasar años amando a alguien sin que lo sepa o podría ocurrir que fuese un sentimiento compartido y que nunca llegue a nada por miedo a hablar, por inseguridad, por idiotez. Ocurre, os lo aseguro. También podemos guardarnos algo que nos ha dolido de otra persona y por no comentarlo a tiempo, por no explicarlo, acabar creando un monstruo. No es sano y todos lo hacemos aunque es semilla de infelicidad. Sobra decir que es necesario expresar las cosas buenas que se piensan aunque creamos que son poco importantes, llevan felicidad y eso nunca sobra.Y no nos olvidemos del mal, las palabras también están a su servicio, cuidado con ellas.

Esperar que te digan algo cuando tú no eres capaz de decirlo es egoísta, pero no presupongáis siempre maldad en ello, suele ser una incapacidad. A mi me cuesta casi más decir las cosas buenas que las malas, soy consciente del problema y trato de enfrentarme a ello. La vida me enseñó con su brutalidad que hay cosas que es mejor decir antes de que sea tarde y si de algo estoy orgullosa es de un último "te quiero" que dije a tiempo. Mis amigos me enseñaron que no vale con querer, que hay que expresarlo, que ser distante puede hacer daño a los demás, que no valen los abrazos "en defensa propia" ni el presuponer que los demás lo tienen que saber todo sin decirlo. Yo, siempre despistada, nunca había caído en la cuenta y se lo agradezco, pero me sigue costando. No es un no sentir, es un no saber decirlo.

Nunca olvidéis que las palabras que no decís ahora, puede que no las digáis nunca. La gente muere, se aleja, desaparece, se borra...


Iván Ferreiro habla de palabras y de la necesidad de contar en la perfecta "Solaris". Os pongo un fragmento de la letra, pero escuchadla entera. Es amor.


Vivo esperando siempre que tú me cuentes 
Que estoy adentro de lo que sientes 
Vivo esperando siempre que tú me cuentes 
Que estoy adentro de lo que sientes 

Dicen que las palabras que se abandonan 
No son de nadie no son de nadie


* El libro de poemas de Luis Ramiro "Te odio como nunca quise a nadie" podéis comprarlo desde cualquier lugar del mundo en este enlace: http://luisramiro.com/tienda.html #TeOdioComoNuncaQuiseANadie

#LuisRamiro #IvánFerreiro

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lunes, 8 de septiembre de 2014

I came across time for you. Sueños de amores y relojes blandos.

La bola de cristal, 1902. John William Waterhouse
La bola de cristal, 1902. John William Waterhouse
Anoche acompasé mi corazón con el latido de un reloj blando. Era capaz de sentir cada segundo disolviéndose con el calor de mis dedos mientras hacía girar un corazón invisible con pericia de malabarista. Tenía engranajes de hierro en la garganta atrapando las palabras, convirtiéndolas en un tic tac sin ritmo. Me había convertido en la Dama hechicera, manipuladora del tiempo del amor, con minutos de arena en una mano y labios de fuego. Salté por los recuadros de un tablero de ajedrez inmenso de hierba y barro, arrastrando la falda, los pies descalzos. Encontré al Rey Rojo buscándome a través del tiempo, llevaba en su corazón el recuerdo de cada fragmento de Historia recorrida y arena de reloj bajo sus pies. Me dio la mano. Él era música, y yo bailé su canción. Intenté hablarle, tenía tanto que decirle que me ahogaba, pero de mi boca solamente salían calor y un monótono tic tac. Entonces paró el mundo y pude contarle un secreto al oído. Al despertar, me quedó el recuerdo, tan real como la vida, y un latido inconstante en el pecho midiendo el tiempo irregular en el que le pienso.

Hace poco alguien me recordó que "Terminator" es una de las películas más románticas de la historia del cine. Si un hombre atraviesa el tiempo por ti, hay que amarle si o si. Va por ti.


 I came across time for you, Sarah. I love you. I always have. Terminator

John Connor gave me a picture of you once. I didn't know why at the time. It was very old—torn, faded. You were young like you are now. You seemed just a little sad. I used to always wonder what you were thinking at that moment. I memorized every line, every curve... I came across time for you, Sarah. I love you. I always have  (Fragmento de diálogo de "Terminator")


#Terminator #SarahConnor #ICameAcrossTime

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miércoles, 3 de septiembre de 2014

El animal que hay en mi

Patíbulo. Foto Mar Goizueta
Patíbulo. Mar Goizueta
A veces la inquietud llega como un presagio de tormenta, con una presión en el plexo solar y la sensación de un nudo apretando la garganta. Es un hormigueo recorriendo los músculos, la piel, los huesos, el alma. Es abismo, vértigo, miedo, alerta y sublimación. Y cuando llega, el animal que vive en mi quiere salir corriendo, trepar por las paredes, oler el aire hasta que revienten los pulmones, comer estrellas, huir, bailar, esconderse, morder, disolverse en agua, soñar hasta agotarse. En esos momentos, prescindir de la racionalidad y dejar al animal libre durante un tiempo para evitar caer en la locura es una absoluta necesidad.

La música hoy la pone David Bowie como la puso en 1982 en la B.S.O. de Cat People de Paul Schrader, una de mis películas míticas, con mi amado Malcolm McDowellNastassja Kinski como protagonistas



Cat people (Putting out fire)
David Bowie

See these eyes so green
I can stare for a thousand years
Colder than the moon
Well, it's been so long

And I've been running on fire
With gasoline

See these eyes so red
Red like jungle burning bright
Those who feel me near
Pull the blinds and change their minds

It's been so long

Still this pulsing night
A plague I call a heartbeat
Just be still with me
But you wouldn't believe what I've been through

You've been so long, well, it's been so long

And I've been putting out the fire with gasoline
Putting out the fire with gasoline

See these tears so blue
An ageless heart that can never mend
Tears can never dry
A judgement made can never bend

See these eyes so green
I can stare for a thousand years
Just be still with me
You wouldn't believe what I've been through

Well you've been so long, it's been so long

And I've been putting out fire with gasoline
Putting out fire with gasoline

Putting out fire
I've been putting out fire

Well it's been so long, so long, so long
Yes it's been so long, so long, so long
I've been putting out fire

Been so long, so long, so long
Been so long, so long, so long
Been so long, so long, so long

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