La canción para este texto sólo podía ser Pandelirios de Iván Ferreiro, tema del que he robado el nombre y el concepto y que forma parte de Historia y cronología del mundo, disco que —he de confesar— escucho de manera obsesiva y enfermiza desde que se estrenó. *Desconozco al autor de la foto, si alguien lo conoce que me lo haga saber.
Para el mar, que no sabe de tiempos, la araña funambulista es sólo un punto mortal y frágil suspendido entre dos puntos verdes en el horizonte.
Para la araña, el mar es la eternidad al fondo del precipicio que es la vida. Pero arriesga y gana y disfruta del viento aprendiendo a bailar a su ritmo. Y con su danza crea líneas que atrapan la música del aire, la luz del Sol y el brillo de la Luna y las estrellas. Se mueve y vive. No espera que la vida se acabe atrapada en una pausa segura e infinita.
―¿Me llevarás a ver los gansos difuminados en la niebla de la orilla de aquella islita escocesa de la fotografía? ¿Y a nadar en el mar del que surgió el Toro de Creta, padre del formidable Minotauro? ¿Caminaremos hacia un volcán más allá del mar cogidos de la mano? ¿Veremos nacer la Luna de la muerte del Sol en la placenta del mar rojo? ¿Me besarás a través del cristal cuando nuestros pies pisen el lunar Mar de la Tranquilidad?
―Cuando seamos como los humanos haremos todo eso y más. Últimamente sospecho que hay cosas que sólo ellos pueden entender de la forma que hay que entenderlas.
―¿Cómo sabremos que ya lo somos?
―Cuando no sea tu cerebro el que te diga que hacer todo eso es hermoso, cuando te brillen los ojos al pensar en hacer esas cosas y otras mil conmigo. Cuando lo desees más allá de la cabeza.
Y ella siente que su corazón se encoge y se hace pequeña mientras seca con disimulo una lágrima que cae por su mejilla y comienza a soltarse el recogido del pelo.
―Esperaré.
* Estaréis pensando que la canción de hoy debería ser Rachel´s song de Vangelis y no os falta razón, pero la canción elegida es Without you, de Eddie Vedder, que pertenece a esa delicia de disco que es "Ukelele songs". La otra se da por hecho, esta va más allá de la historia que cuento.
Ilustración de Benjamin Lacombe. Del libro "Los amantes mariposa" (Edelvives, 2014)
A veces las mariposas imposibles deben volar, dejando de recuerdo en nuestra piel el rastro de lo que fuimos, como un material precioso con el que construir lo que seremos tras su marcha: mejores, más sabios, con los ojos más abiertos para no perder ni un instante de lo que vendrá después.
(De "Memorias de un fénix")
Tú fuiste mi secreto,
después mi realidad,
un enredo de cuerpos y bocas bajo las estrellas,
las mismas que tras la fiesta cobijaron sueños despiertos
en la noche del Big Bang,
esa en la que los gatos corearon nuestro Amor con mayúsculas
justo antes de que las mariposas tristes nos robaran el alma,
condenándonos a no ser
o a ser incompletos.
A veces me pregunto si tú también recuerdas
al Monstruo del Pantano,
las nubes que venían del otro lado del mar,
el tacto de mi piel mojada,
mi dormir de gata que tanta gracia te hacía,
aquel collar tuyo de salvaje que aún conservo,
las constelaciones que me enseñaste
mientras con mi cabeza sobre tu tripa desnuda,
te respiraba, embriagada,
aquella noche
de aquel tiempo
tantos años atrás
en aquel otro lugar
sin leyes
cuando aún éramos tan secretos
que ni nosotros mismos nos sabíamos amantes
a pesar de las noches durmiendo abrazados
y de las siestas de dedos entrelazados.
mucho antes de los tiempos de saborearnos la piel.
Yo aún recuerdo el tono exacto de agua turbia de tus ojos,
Y, a pesar de todo, siempre valdrá mil veces más un instante vivido que los que se quedan en el aire como fantasmas de deseos inconclusos.
(De "Memorias de un fénix")
Vestía
desnudez de
sábana blanca, pureza
impúdica, perfumada
de otra piel.
Tenía
el cabello
revuelto, de miel
y verde, y la boca
pintada con el color del último suspiro
de una petite mort compartida.
Los fantasmas,
en la puerta,
observaban, invisibles
excepto
para ella, la mujer renacida.
Sus bocas, deformadas
en un gesto de
reproche,
murmuraban:
Tú nos
concedisteel veneno
de tu corazóncaníbal, la inconsistencia
de tu alma errática, las arenas
movedizas de
tu limbo.
El dios protector,
con mirada
fulminante detenía
sus cuerpos de aire, aun sin verlos.
Extendía
frente a ella su
manto
protector de música y letras.
Le sonreía.
«Yo los convertí en dolor y ahora
sangro su
tristeza. Cubre
mis ojos de besos»
—imploró—
«no dejes que vea
nunca más lo que fui».
Sacudió
con brazos de
mármol
las últimas
hojas de laurel
de su pelo, los blancos
pechos temblaban en sus manos,
las de Apolo.
A cambio de su
rendición,
Dafne sólo
suplicó cordura,
vida
y amor.
Cuentan las leyendas que el artístico y profético Apolo, hermoso dios de innumerables atributos y funciones, se enamoró de la lira inventada por Hermes hasta el punto que pasó a ser uno de sus atributos. También se enamoró de la deseada y díscola Dafne, amante de los bosques con corazón de piedra. Yo he cambiado la historia porque los amores bellos merecen una oportunidad.
En su día, las hadas duermen y se olvidan de existir
Flotar. Ser agua. Planear en vuelo líquido. Morir.
Flotar hasta no ser. O ser nada. Dejarme llevar hasta que los pájaros olviden mi ser. Acariciar sus plumas, fundirme en el agua que lame mi piel. Sentir.
Y pensar en la tristeza de los dragones que, a escondidas en su cueva, se arrancan las escamas y vomitan la magia que los define y el fuego de su rabia. En su justificado odio hacia un mundo en el que nadie escribe cuentos en los que su felicidad venga de la mano de la pureza que anhelan y evite que sufran con la desesperación de quien sabe que sólo eso borrará su oscuridad y los hará renacer humanos, brillantes y hermosos a ojos del ser amado. Pobres princesas que con el tiempo se arrepentirán de haberse dejado fascinar por un príncipe que no moverá un dedo por su felicidad, que las considerará un triunfo para su ego y su poder. Pobres dragones que ven a su princesa suspirar por quién jamás podrá ofrecer un amor tan grande como el que ellos atesoran en sus alas refulgentes. Pienso en que esa es su maldición, la que les hace retirarse al terrible abismo de tristeza que habitan, mientras floto y siento extenderse las alas de mi sombra hasta cubrir el resto del agua, al tiempo que los mechones de mi pelo se entremezclan con las corrientes y cobran una especie de vida ajena a mí.
Volar. Ser viento. Nadar en inmersión aérea. Vivir.
Volar hasta ser. Ser todo. Dejarme llevar hasta que los peces recuerde mi ser. Acariciar sus aletas, fundirme en el viento que lame mi piel. No sentir.
La belle dame sans merci. John William Waterhouse (1893)
VII Halló por mí raíces dulces, y miel silvestre y maná fresco. Y en una extraña lengua dijo: “En verdad que te amo.”
(“La belle dame sans merci” de John Keats)
* (Nota)
Sonrío.
El monstruo sonríe.
Siempre lo hace con la
suficiencia del triunfador que piensa que lo que no se ve es a menudo lo más
poderoso. Me sabe suya, me obliga a sonreír y se estremece de placer sabiendo
lo que ocasionará esa sonrisa, la trascendencia que tendrá ese gesto que
aparenta ser tan inocente.
El hombre sonríe.
Lo hace creyéndose ganador, sin
saber que acaba de vender su alma por una sonrisa maldita, que ya no hay vuelta
atrás, que jamás se olvidará de ella.
El monstruo canta y yo escucho su
canción desquiciada, sus gruñidos de depredador satisfecho que quedan ahogados
pormi coraza de piel.
Navego en los ojos del hombre
buscando la huella de su perdición y la encuentro atada al amor que rebosa su
mirada y que quizás le impide ver las llamas ardiendo en el fondo de mis
pupilas. Miro más allá y encuentro algo inesperado: el fuego intenso que arde
en las suyas, el odio, la rabia y el miedo que anidan en su alma. Y aún más al
fondo, en las profundidades abismales, una ternura inmensa y unas ganas
infinitas de aniquilar la soledad que le destroza.
Me tiemblan las piernas. De
repente, me siento muy unida al monstruo. Juntos notamos un sabor extraño en la
garganta, dulce y salado a la vez, como al beber lágrimas de un rostro amado o
comer nubes de azúcar con los dedos manchados de agua de mar. Es el sabor de la
anticipación de algo que se desea y se teme. Sabe a primer beso, a temblores de
amor.
El monstruo y yo bailamos con una
alegría casi demente, sabedores de que el hombre es nuestro reflejo.
Ya no temo arañar su corazón y
dejarlo morir desangrado, empujada por el ansia caprichosa del monstruo. Esta
vez morderé fuerte, sí, pero después curaré sus heridas a lametones y besaré
cada cicatriz que huela a tiempo vivido.
Y sé que no me iré.
Un delirio se haapoderado de mi alma: devorar y ser devorada,
cazar y ser cazada, domar y ser domada, amar y ser amada, sinergia de monstruo
a monstruo. La perfección.
Me acerco al hombre y sonrío.
El monstruo sonríe.
El hombre sonríe.
Y esta vez sólo hay ganadores.
*Este cuento nació en mi mente enlazado a este tema y a "La belle dame sans merci" de John William Waterhouse. Por eso me gustaría que escuchases la música mientras lo lees. Yo misma lo recité con ella de fondo, aunque después el destino hizo que se perdiese el archivo. Quizás sea mejor así, quizás no sea yo quien deba leerlo y estropear esas deliciosas notas limpias que se acaban fundiendo en un maravilloso éxtasis de voces. Hoy ha vuelto a mi cabeza esta historia. Será que soplan vientos de redención. Sea como sea, esta canción ,que siempre sentí como mía, quiero compartirla contigo. Y ahora hablo en singular.
Pincha aquí para leer La belle dame sans merci de John Keats completo en inglés y en castellano
El miedo es un cangrejo aferrado a las neuronas, el peso de los huesos de nuestros muertos, la mirada de los ojos de cristal supurando vida al otro lado del propio miedo. *La foto la he titulado "La trampa de cristal". No encuentro un nombre mejor para el poema.
Mirando al cielo, cultivo pecas por desidia. Catarsis al sol, mareas revueltas, escupo sueños podridos sin salpicarme. El cielo se ha disfrazado de mar. Una golondrina bucea a contracorriente y un águila flota tan cerca de la superficie que puedo ver el dibujo de sus alas. Siento el veneno y la sangre fluyendo por mis venas, el calor y el viento cosquilleándome la piel. Más allá del azul, llueven, invisibles, fragmentos del Halley. Sólo eso es importante ahora. Eso y las manos sembrando la tierra. Y la luz que, justo ahora, está borrando el mundo.
Ante mis ojos el mundo comenzó a cambiar. Se perdieron los colores y la tinta ganó la partida. Las flores, antes llenas de tonos diferentes, sucumbieron a la belleza de las sombras aguadas, a los matices de unos azules que con su fuerza robaban protagonismo a la palidez inocua del cielo. Y os juro que esta vez el azul no fue tristeza, pues la contemplación de aquella transformación prodigiosa era un vehículo hacia la sabiduría, como ocurre cada vez que los humanos nos enfrentamos a lo desconocido.
*La foto no tiene filtros de ningún tipo.
*La canción que asocio a la imagen en mi mente es "Lápiz y tinta" de El último de la fila
También que hurgo en vuestras mentes con mis tentáculos invisibles cuando me parecéis especialmente interesantes.
Pero nunca os había contado que a veces dejo que el bosque se me enrede en el pelo y os vigilo a través de mis ojos de animal. Entonces puedo oler vuestras intenciones ocultas y seguir los hilos de vuestros actos y los movimientos que hacéis sobre el tablero de juego con la claridad que da el estar más allá de las limitaciones de la cultura y la educación. Y algunos me parecéis tan interesantes también desde esa otra perspectiva que, sin que os deis cuenta, doy pequeños mordiscos a vuestros cerebros y los saboreo.
El que avisa no es traidor, pero quizás ya sea tarde. Tranquilos, ni duele ni afecta a la inteligencia.
Aunque quizás alguna vez me soñéis siguiendo vuestro rastro entre hojas y ramas.
* Siento que "Trøllabundin"de Eivør es la música perfecta para este texto. Una canción que me obsesiona desde que me la descubrió mi querido Raúl Campoy hace unos días.
Después de infinitos días, anoche recordé cómo dormir. Quizás la Luna llena, vestida de oscuridad, perdió la fuerza que me hace aullar con los sentidos alerta cada plenilunio, quizás fueron las buenas noticias las que me acunaron como una madre protectora, tal vez mi corazón encontró en el sueño el remedio a sus inquietudes o puede que me besarse en la frente quien guía mis pasos por el otro mundo. En cualquier caso, dormí. Y al despertar, al otro lado del cristal, atravesando la lluvia, me encontré la mirada del pájaro psicopompo que volaba hacia mí con mi alma entre sus patas. También traía mis letras perdidas y mi corazón agujereado en el pico.
—¿Otra vez? —le dije.
Abrió el pico y lo dejó caer.
—Deberías darme las gracias, sólo sangran los corazones vivos —respondió.
Y sonreí, pensando que había verdad en sus palabras.
*Algún día compraré cuadros de Eric Lacombe. Adoro su arte.
He girado rápido para ver si conseguía atisbar, escapándose por un lateral del espejo, el reflejo de una de esas maldiciones que llevamos cosidas a la espalda como sombras negras, siempre dispuestas a cubrirnos con sus asquerosos cuerpos polimórficos que crecen consumiendo nuestra energía.
El terror a no vivir arrasa a quienes ven a un primer amor viviendo de prestado, a quienes saben que no existe la certeza de un futuro, que nunca se conoce qué día será el último en el que la felicidad será plena. Y al final, es la propia fragilidad de sabernos cristal la que nos rompe si no conseguimos volvernos flexibles.
Hoy he mirado con detenimiento los mil rostros de la perdición, me han revoloteando murciélagos en la tripa y he tragado mis propias defensas. He vomitado las espinas y la hiel del miedo y entonces, entre lágrimas, te he visto cómo eres en esencia, tu forma verdadera. Brillabas con el resplandor del fuego implacable que busca mi piel de ave fénix. Temblabas. Extendí mis alas doradas para cubrirte, dejando mi cuerpo desnudo, y te evaporaste cómo el agua al contacto con mi calor. Pareces ser el aire ardiente que necesito respirar, el agua fresca con la que llenar mi boca y calmar mi sed y, en verdad, quizás solo seas un espejismo en mi desierto de locura, destinado a destrozar la poca cordura que aún poseo.
Ahora, como resultado de esa visión, un deseo rebota en un espacio vacío y se multiplica en un eco siniestro y eterno. Hueco, como el sonido del frío o el de la niebla aislante, con la dulzura oscura que deja en el paladar el sabor de un secreto sucio o de un pecado.
Hay un vértigo en la oscuridad que me precipita irresistiblemente al abismo que formaron tus palabras y me dejo caer, aunque no haya red que me asegure la supervivencia. O tal vez por eso.
Me siento culpable de tu ausencia. Desprecio mi comportamiento errático y absurdo, enfermizo como recrearse en extender con un dedo la sangre pegajosa y espesa de una herida antes de cicatrizar, repugnante cómo el olor dulce de las flores que abrigan a los muertos intentando ocultar el olor a formol, destructivo cómo el poder infinito que siente un niño triste al regodearse en la agonía de la mariposa clavada a un corcho con un alfiler o al triturar con rabia un hermoso escarabajo dorado, arruinando su belleza de joya, un instante antes de llorar desolado por haber roto un tesoro.
Y al igual que el niño, me retuerzo de dolor ante mi error, lamentando que quizás no haya vuelta atrás en mi dureza fingida, en mi simulada piel de hielo, suave para jugar, impenetrable al amor, tan falsa que sólo con tu mirada furiosa se abren grietas y sangra.
No creas ni una sólo palabra, rómpeme con tus manos, abre mi pecho y muérdeme fuerte el corazón, haz que repita tu nombre hasta que se borre el mundo.
Creí en Hades añorando a Perséfone, no en un verano de olvidos. Mil veces mejor es enamorar al terrible Minotauro o a un dios capaz de arrasar el mundo por seguir las huellas de mis pies, por correr detrás de mis medias, por beberse mi voz. Malditos los buenos que siempre duelen, benditos los malos que con su furia hacen temblar los cimientos y si hacen gritar es en combate de amor y luego lamen las heridas y curan. Bendita tu alma guerrera.
Pienso en Anaïs Nin, viva en los brazos de Miller, en Dalí ahogando sus miedos en los pechos de Gala, en Caperucita siguiendo el rastro del lobo en las noches de Luna llena, en la bella amando el lado salvaje de la bestia, en Gustav Klimt acunado por Emilie en la vida y la muerte, en Picasso enloqueciendo a Dora Maar, en la tormenta eléctrica constante entre Frida Kahlo y Diego Rivera, en la Maga arrastrando a Oliveira a un circo feroz con su sexualidad catártica, en la inteligente Eve, antigua como la Historia, regalando al joven Adam una eternidad de libros, música y amor con su mordisco. Pasiones turbulentas que son vida. Qué importa que nadie lo entienda si ahí radica la pureza de su amor. *Imagen: Ann Blyth disfrazada para su papel en “Mr. Peabody and the Mermaid” y Glenn Strange caracterizado para “Abbott & Costello Meet Frankenstein”, 1948.
Viernes 13.
Un viento gigante y antiguo sopla futuristas cometas de metal y pájaros ígneos en formación.
Huyen del invierno en silencio. También las estrellas fugaces.
Sembrando el terror, dos asteroides se acercan.
"No hay peligro", dicen. Y quizás mientan.
El miedo acecha y a veces se viste de muerte.
De todas las muertes.
De la muerte de todas las cosas.
He roto el miedo en pedazos. Ahora cae desde la Luna transformado en lluvia fina de partículas, diminutos embriones de letras que escriben, al posarse, versos que quedarán retenidos para siempre en la tela de mi viejo paraguas, negro como la falta de luz.
Los leo.
Son salvajes y libres, como el amor de quienes se lanzan al vacío en pos de lo que tanto cuesta encontrar y por el camino sienten crecer alas en su espalda.
Cierro el paraguas.
Me quito la escafandra y espero el impacto.
Dicen que no hay peligro.
Yo me lo creo a medias. En mi cabeza suena, insistente, una canción:
Si la especie humana se abocara a la extinción quiero que seas mi último paisaje. Si explota la Tierra, qué importa mientras tú seas mi último paisaje. * La canción es "mi último paisaje" de Luis Ramiro, y pertenece al disco "Magia". También le he robado el título. Podéis escucharla aquí:
*Imagen: Buzo con paraguas (París, 1949) *Más información sobre Luis Ramiro en www.luisramiro.com.
Sólo dos monstruos pueden encontrar la canción que les hará bailar juntos más allá del miedo.
Y será hermosa aunque no lo sea, como las historias de amor que comienzan con mordiscos y dolor y acaban siendo eternas.
Lo que marca su camino son las huellas que se dejan con firmeza en la arena y en la mente, el sendero de admiración y brillo que los monstruos no pueden dejar de transitar en su búsqueda. Porque para quienes sólo entienden de emociones puras, no merecen la pena las mediocridades.
Sólo los amantes sobreviven. Y más si esconden colmillos en sus sonrisas y garras feroces en los bolsillos.
*Imagen:Sólo los amantes sobreviven (Jim Jarmusch, 2013)
Suspendido en el tiempo
infinito,
en el lugar donde habita lo más puro,
le encontrarás
siempre,
a través de la puerta invisible que conecta mundos,
te doy la mano.
Hoy tu dolor es mi dolor.
Luz de Luna llena iluminando
el sendero de hielo que preserva
intacta y lleva
a la carne que se ha de cocinar.
Esta noche,
que es de corazón revuelto,
de arenas fluyendo en el reloj del tiempo
del revés
pienso en las palabras bellas
saliendo de tus dedos, de tu lengua,
directas a horadar mi pecho, a enredarse
en mis costillas
como un disparo certero
de semillas de vida.
Y ahora sí, brillo
y es porque tú enciendes la llama
de la Mujer de acero,
Hombre pedernal,
más allá de la piel,
hoguera que arde
en el epicentro del desastre
de los sueños de libros mezclados
entre bocas sedientas
de sabiduría y besos nuevos,
de anhelos que arrasen
la cordura y se escriban
sobre la piel de los amantes.
Deseos de noche “plenilunada”,
como cantaba Chavela,
que es
azul como la tristeza,
azul como ninguna,
pues desde que te fuiste
no he tenido
luz de Luna.
La maravillosa "Luz de Luna" de Chavela Vargas como música de fondo
Cuando Caperucita no es Caperucita y Alicia no es Alicia y al mismo tiempo sí lo son, el Lobo es feroz sin serlo del todo o lo es de diferentes maneras, las muchachas son menos inocentes de lo que parecen y los conejos son cómplices de asuntos turbios. Cuando cae la noche y se abren otros mundos, las historias se mezclan y surge mi cuento para Onírica. Hijos de Iquelo, una antología de relatos sobre lo intangible, lo que pertenece al mundo de la locura, los sueños, el surrealismo...
Me hace mucha ilusión ser uno de los autores que participan y compartir ese placer con plumas como las de Sergio Moreno Montes, Athman M. Charles, Javier Trescuadras, Teo Rodríguez, Juan Ángel Laguna Edroso, Laura López Alfranca, Bea Magaña, David Jasso, Carmen Moreno, Wifac Atope, Alicia Pérez Gil, Javi Martos, Israel Alonso, Aitor Heras, So blonde, Álvaro Peiró Burriel, Juan González Mesa, Lorena Gil Rey, Cristina Jurado, Víctor Conde, David Gambero, Rubén Pozo, Carlos J. Lluch, Esteban Dilo, María Dolores Dávila, Alex Puerta, Beatriz T. Sánchez, J. Javier Arnau, J. A. Campos (Toluuuu), Daniel Gutiérrez y Pilar Pedraza. Y más siendo una antología basada en una idea de Athman M. Charles y coordinada por J. A. Campos.
No hay ley de vida más terrible y cierta que la que habla del morir: si se vive, se muere.
La gata me mira de frente, de igual a igual. Es blanca, naranja y tiene un parche negro en el ojo. Una hermosa gata pirata, despiadada y terrible que durante la noche me ha dejado un regalo en el jardín, un tenebroso obsequio de Halloween. Y no es una gata cualquiera, es una gata que invade mundos ajenos y tiene alma de artista, una escultora de cadáveres a los que busca un podio adecuado. Sobre un tronco podado del albaricoquero, se derraman los restos de una paloma: entrañas rojas bordeadas de alas en alto, recogiendo la carne aún fresca. No hay cabeza y las moscas se revuelcan en un festín macabro formando parte de una composición a la que, a pesar de su naturaleza, no le puedo negar cierta belleza. Está en alto, tanto que apenas puedo llegar sin encaramarme al columpio cercano, lo suficientemente elevada para pasar desapercibida a quién no mira al cielo, pero la gata, astuta, quiso asegurarse de que su obra fuese hallada y dejó pistas en el suelo, una hermosa composición de plumas blancas sobre hojas de níspero y hierba.
Hace un rato ha regresado al jardín para preguntarme con los ojos si había recogido el regalo. En silencio, le he dicho que lo he recogido a mi manera.
Hoy es Halloween y quizás no es mal día para morir convertida en arte.
Hoy es Halloween y una gata artista me ha regalado un cuento y unas fotos terribles con cierta belleza siniestra.
* Os he ahorrado la foto sensible, pero la podéis ver aquí
Despierta,
que el otoño ha llegado
y se esconde
esperando que lo busquemos
en las setas que guarda bajo los pinos,
en los ojos húmedos de los caballos
que pagan
el pan del caminante
con la sabiduría de su mirada,
en los tonos de las hojas
que atrapan el sol
en ese árbol,
que cambia con cada estación,
y ahora es una hoguera eterna
de ramas rojas y doradas
como lenguas de fuego.
Despierta,
que la entrada al camino secreto está abierta
y espera
que crucemos su puerta de zarzas,
con sangre como tributo,
barro en las botas
y el cabello cubierto con velos de telarañas
como novias nuevas.
Despierta,
que las rocas se han movido
en silencio
y hay monstruos nuevos
esperando ser descubiertos
para ser
más allá del olvido
y la inexistencia
Despierta, que el sol es aterciopelado
como piel de membrillo
maduro
y no quema
si no miras su reflejo
en las alas de la Reina Libélula
que susurra secretos
con su danza
y esparce lluvia.
Septiembre suena a frufrú de alas rotas,
a despertador de monstruos
durmientes, que resurgen
buscando a su creador.
Septiembre, implacable,
oculta un maldito recuerdo de fragilidad:
igual que
se nace,
se muere.
*La foto es The skeleton and the women, deFranz Fiedler (1885-1956). En un principio puse otra imagen para ilustrar el poema, pero buscando otra cosa, me di de bruces con esta fotografía que es mucho mejor.
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Es importante aprender las reglas de la partida:
no mover ficha, no es una opción,
hacerlo, a veces, tampoco.
Y luego está ese extraño juego
en el que el único movimiento ganador
es no jugar.
*La imagen es un fotograma de El Séptimo Sello (Ingmar Bergman, 1957) *Los últimos versos están basados en una escena de la película Juegos de Guerra (John Badham, 1983) Si te ha gustado lo que has leído, suscríbete a mi lista de correo y recibe las próximas publicaciones directamente en tu email
Desde el pasado seis de enero, una y otra vez han pulsado mis dedos las teclas precisas para construir ese principio de frase. Y una y otra vez se han detenido justo en la última o. Más allá de ese punto, las lágrimas tomaban el control y las palabras que iban a ser escritas se volvían sucesión de recuerdos silenciosos en mi mente.
El regalo esa Noche de Reyes se lo hizo la tierra al cielo en forma de nueva estrella, de nuevo habitante del espacio con domicilio en la cola del cometa Halley. Y al día siguiente el frío fue más frío aún que el que noté que desprendía en la última caricia la blanca piel del amigo que, sin que lo supiéramos, estaba ya en el punto de partida de su último viaje. Brotaron las lágrimas con las palabras pronunciadas delante de su cuerpo ya vacío, tan tapado, tan arrebatado de los brazos de los que le queríamos por aquellos señores y sus ritos antiguos. Se me heló el corazón con cada palada que caía sobre la madera, con el sonido que produjo el puñado de tierra que mis manos arrojaron sobre su última morada. Lo escuché bien porque en ese momento en el mundo no había nada más que silencio y pena. Y me temblaron las piernas, y me tuvieron que sujetar manos amigas. Luego, una oleada de tristeza invadió el aire fresco de la sierra mientras sonaban de fondo las voces de animales de una granja cercana, que tanto le habrían gustado, y que desde ese momento, pensé, le acompañarían en medio de aquella calma atroz. Ellos y su madre, tan añorada. Su madre por decisión suya, los animales como una extraña gracia del destino, un último regalo que él entendería bien. Sus amigos también lo entendimos. Nos despedimos en la puerta de su nuevo jardín, diciéndole adiós con la música que él habría querido: violín y contrabajo desgarrando corazones y calma, y en mi mente el deseo de que aquel momento fuese interrumpido por el balar de una cabra, el rebuznar de un burro o el lento saludo de un imposible perezoso. Le habría encantado, pero esta vez el destino fue tímido y, erróneamente respetuoso, no se atrevió a romper la belleza de la melodía. Después hubo abrazos protectores de los que atan destinos y refuerzan espíritus y se asentaron con firmeza los cimientos de una familia no sanguínea que dejó bien unida para siempre. Pocas cosas unen más que el dolor y el amor compartidos, y habían sido días intensos, aterradores y tristes, muy tristes.
Pero antes de que dejara de existir en la Tierra, vivió el tiempo suficiente para dejar una huella profunda. Y ahora sí, hoy que es su cumpleaños, voy a ser fuerte y voy a escribir para él, porque es de las pocas cosas que sé hacer y se lo debía. Y porque son meses de arder las palabras en la punta de mis dedos. La tristeza es también algo físico y duele.
Vamos allá.
Existió una vez un genio. Y no es poca cosa esa porque los genios no abundan, señores. Es más, podríamos decir que hay personas que hacen genialidades, pero luego hay otras que además de hacerlas, son geniales en sí mismas. Cualquiera que conociese a Andrés Demian Lewin, sabía que él era de estos últimos. Nadie sabe la suerte que es tener en su vida a alguien así hasta que lo prueba. Los genios dispersan su genialidad bañándonos en partículas de luz que nos barnizan la piel y nos hacen diferentes, nos inmunizan contra la cotidianidad que nos intenta contaminar con su humo gris al menor descuido. Él nos protegía de eso con sus locuras y lo seguirá haciendo desde el lugar que ahora habita con su recuerdo y sus señales.
Os hablo y le hablo porque así lo siento, y este escrito es entre él y yo, aunque os deje leerlo.
Fue hermoso tenerte en mi vida, querido, como lo fue el regalo en forma de rosa que hiciste brotar en mi ventana cuando el rosal dormía su sueño profundo de invierno. Había huido a mi jardín burbuja a llorarte dos días después de tu partida y al abrir la persiana ahí estaba, fresca y preciosa, imposible como un milagro. Y sé que fuiste tú, aunque probablemente nadie lo crea. Y qué más da eso si una de las máximas que he llevado por bandera siempre en mi vida es que hay que ser uno mismo aunque nos miren con cara de “pobre demente”, y a tu lado, esta idea se reforzaba. Qué nos llamen locos o raros, qué más da si nosotros disfrutábamos haciendo carteles surrealistas para los conciertos, organizando cosas extrañas a ojos de los aburridos o debatiendo durante horas sobre asuntos patafísicos. Qué hermosa es la creatividad cuando es compartida. A veces pienso que nadie más entenderá mi parte surrealista como lo hacías tú. Sí, mi querido genio loco, fue maravillosa tu amistad y también fue emocionante, divertida y a ratos desquiciante.
Cuánta tristeza dejaste, tanta como la que guarda un globo fugitivo escapando de un coche en mitad de la locura del tráfico de una estación o en una gasolinera en mitad de la nada, camino de una aventura. Yo sí entendía aquello, como entendía tantas cosas.
Y tengo que decirte que me da rabia que te hayas ido precisamente cuando estaban a punto de cumplirse los sueños que habíamos planeado durante años ese equipo de tres locos que formábamos mi hermana, tú y yo. Pero no me da rabia por nosotras, me da rabia por ti que ibas a tener, por fin, lo que tanto merecías. Por nuestra parte, siempre haremos todo lo posible para que esos sueños sean algo sostenido en el tiempo, sin un final.
Te has ido, sí, pero las vidas se construyen y reconstruyen con los pedacitos que vamos dejando en los demás, por eso vas a ser eterno. Has dejado una parte en cada uno de nosotros, esa familia no sanguínea de la que hablaba antes, los que te quisimos cada uno por nuestro lado y que ahora estamos juntos. Qué habilidad tan grande tenías para rodearte de gente maravillosa, tengo que agradecerte el regalo que me has hecho trayendo a mi vida a los que todavía no estaban en ella.
No voy a hacer de este texto una enumeración de anécdotas, no porque no las haya, que podría llenar un libro, sino porque, aunque me haga la fuerte, me está costando mucho escribirte. Tal vez más adelante cuente más cosas de ti para que los que no te conocieron puedan atisbar, aunque sea un poquito, la suerte que tuve de que fueses mi amigo.
Muere joven y deja un bonito cadáver, dice la conocida frase. Maldita sea. Maldita mierda. Yo te quería ver viejo esperando la llegada del Halley, pero te fuiste demasiado pronto a ese lugar en el que ya no te puede alcanzar la vejez para arruinar tu piel preciosa.
Feliz 38 cumpleaños. Se feliz, niño índigo, hombre de las estrellas, volando aferrado a la cola del cometa. Saluda a los ciervos astronautas de mi parte y espérame allí con los panqueques que dejamos pendientes. Yo te prometo ver algún día la película que tú sabes en tu honor para hablar de ella cuando nos encontremos. Aquí, en este mundo que es mucho más aburrido desde que te fuiste, tus amigos brindamos por ti.
*La canción del vídeo forma parte del disco "La tristeza de la Vía Láctea".
Más información sobre Lewin:
https://www.facebook.com/Starshollowmanagement
https://www.facebook.com/lewindemian *La foto del perrito no sé de quién es, la utilicé una vez para el cartel de uno de sus conciertos y le entusiasmó. En eso nos parecíamos mucho.
Vinieron los fantasmas. Traían aliento de pasado y un gesto triste en unos rostros que me observaban con nostalgia, en la curvatura de esos labios que alguna vez deseé. Sus miradas, interrogaciones sin cerrar, lo decían todo. También vi curiosidad en sus palabras, disfrazadas de cotidianeidad. Querían saber si los había llorado, si alguna vez los eché de menos, si la lluvia del olvido había borrado sus rostros, si alguien ocupaba ya su lugar. Si nos equivocamos.
Yo los miraba y los veía tan hermosos como antes, pero lejanos. Ya no sentía sus raíces en mí. No dolían.
Vinieron los fantasmas, y no trajeron enseñanzas del pasado, ni consejos, ni un qué hacer.
Y nos dio un poco de pena
pero daba un poco igual
nos pusimos a reír
Vinieron los fantasmas, cada uno a su lugar. Y no has venido tú, de carne escondida en un presente imperfecto en el que mis palabras rebotan como el eco del silencio.
Y no sé dónde estarás
ni en qué frase te perdí
y por eso cada día lanzo mi botella al mar
con un poco de por qué
y otro poco de ojalá
y por eso cada día lanzo mi botella al mar
y viviendo aquí en Madrid
no sé si te llegará
le pedí a los marineros
"traigan mar a la ciudad"
Vinieron los fantasmas, como otras veces, a apuntalar mis piernas, a sujetar mis brazos, a recordarme quien soy y por qué me amaron. Intuyeron que estaba a punto de dejarme arrastrar por la inconsistencia y me lanzaron el salvavidas de mi recuerdo en sus corazones Por eso siempre son bienvenidos.
Cuando vuelvan los fantasmas
que se queden a cenar
y te vienes tú también
*Los versos en cursiva están sacados de la canción "Delante de mi" de Lewin.
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