LOS MUERTOS CAMINAN DE LA MANO
Desde fuera del miedo, todo es paz,
bendita ignorancia el no saber
que no hay más dios que la muerte,
que todo lo puede.
Se me retuercen mis muertos en el estómago,
no puedo asumir su soledad.
Regurgito su recuerdo en palabras
que arden incendiadas de dolor.
Medito sobre el preciso instante, el exacto momento,
y me viene a la boca el sabor del fin.
Yo he tragado terrores,
sabían a hiel
y abrasaban cómo llamas vivas.
La garganta, el pecho y el vientre arrasados,
convertidos en un desierto en el que rueda una planta.
A un lado, una figura que espera
y enfrente nadie.
Ya desapareció el desafiante,
se hizo humo antes de que llegara el enterrador.
Sólo queda devastación.
En el miedo de verdad no hay compañeros,
se borran los brazos que te quieren acoger
y las manos tendidas se hacen blandas y se deshacen.
No existe nadie.
Sólo tú y el terror nublando la visión,
una burbuja que detiene todo,
excepto el bombeo hipnótico de tu motor,
y el aliento gélido del miedo formando torbellinos en tu nuca.
El frío con sus largos dedos helados
se aferra al pecho y estruja el corazón
después de atarte las tripas con nudos de marinero.
No hay nada más.
Sólo tú y las alimañas relamiéndose tu sabor.
Sólo tú y el desamor,
la esperanza quebrada,
la desolación.
La muerte otorgando su don de la sabiduría absoluta
por el módico precio de una vida entera de miedo.
Y la inquietud.
Yo bebí muerte,
sabía a sangre de regusto metálico,
a vacío.
Es una pócima que lo borra todo
y te vuelve niebla por dentro,
un paisaje en el que no puedes ver tu sombra
y rebota el eco de tu voz llamándote.
Te has perdido y no hay retorno,
Ella ha mutilado tu felicidad
y se ríe con sus dientes sin encías.
Ya siempre estarás incompleto,
ahogando los cumpleaños en lágrimas,
esquivando fotos que se vuelven dardos
siempre certeros.
Nunca estamos solos,
llevamos a nuestros muertos caminando al lado,
y nos dan la mano.