La imagen de la mujer que fue rebotaba en su mente. Esa que la miraba desde el otro lado del espejo en un tiempo que no era capaz de precisar bien mientras flotaba en una pesadilla eterna. Ya no sufría físicamente, su cerebro, alcanzado el límite del dolor, había paralizado todo menos un grito mudo y recurrente, un eco desgarrador resultado de su llegada a la cumbre de la agonía en la que su mente permanecía desde que aquel hombre le robase la piel y la melena que la convirtieron en reina de belleza.
El león agonizaba en la sabana ardiente como el fuego, sintiendo como sus entrañas se disolvían a cada paso. La herida de la flecha maldita bullía de vida animal, intoxicando su sangre gota a gota. Dos días vagó sumido en una muerte en vida rebosante de dolor, recordándose como rey de su reserva, impresionante, admirado hasta por los hombres. Y cuando casi había apagado su luz, aquel hombre vino a cobrarse su premio, la cabeza y la piel que le hicieron famoso.
El hombre sonrió satisfecho, admirando los trofeos tan bellos y caros que decoraban su salón y se llevó una mano a la entrepierna.
No imagino nada más terrorífico que agonizar durante horas, ni nada más cruel y estúpido que la bestia causante de tales dolores. Si puedes matar al poseedor de tanta profundidad en la mirada, puedes matar a cualquiera. Este es mi homenaje al león Cecil, el más famoso de la reserva de Hwange (Zimbabue), que no es para mí más importante que otro león, pero que espero que se convierta en símbolo de la atrocidad del hombre. Recordad, no hay límite para el cazador.
*No sé quién es el autor de la foto, si alguien lo sabe que me lo comunique y lo pondré.
#Cecil #LeonCecil #Hwange #Zimbabue *Microterror en 200 palabras para elCírculo de Escritores
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Existen historias que nacen de vientres humanos a pesar de haber sido concebidas de forma mágica en un mundo en el que habitan los sueños, los miedos y los anhelos de todos los seres. Allí se forman con ingredientes que tienen la virtud de tocar cada una de las fibras de los cerebros y los corazones, pues son emociones puras, y de su mezcla surgen cuentos destinados a permanecer hasta el final de los tiempos en las mentes de quienes tienen la suerte de llegar a conocerlos. Para salir a la luz, necesitan de personas diferentes, de esas que llevan magia en la punta de los dedos y un brillo especial en la mirada. Si alguna vez miráis a Elia Barceló a los ojos, entenderéis de qué os hablo.
Los cuentos que se quedan para siempre tienen la virtud de enredarse en la mente del lector desde el primer momento, absorben su voluntad y le trasladan al lugar donde transcurre la acción, obligándole a convertirse en parte de la historia, ya sea como personaje o como narrador no omnisciente pero sí deseoso de participar, de gritar a los personajes que no hagan esto o lo otro o lo que sí deben hacen.
No faltan en las historias que todos recordamos algunos ingredientes básicos: amor, maldad, bondad y crueldad. Sí, hablo de crueldad pura y dura, tan retorcida como su propio concepto implica, con una sutileza que va mucho más allá de la maldad, tan elegante, tan inteligente. Analizad los cuentos clásicos y decidme si no es así. Pues bien, Elia Barceló maneja con maestría de cocinera experta esos ingredientes necesarios mezclándolos con escenas cotidianas insertadas en ambientes o circunstancias muy alejadas de la normalidad, añade una pizca de “inconsciente colectivo”, otra de miedos recurrentes y una cucharadita de Historia de la Literatura para dar el toque final y crea recetas magistrales.
Cada uno de los relatos de La Maga y otros cuentos crueles es una delicia que devoraréis con el ansia con la que se disfrutan las cosas buenas y cuando la curiosidad de cómo ha sido concebida esa historia que tanto os ha perturbado os asalte, escucharéis la voz de la autora explicando los motivos que la llevaron a escribirla. No la creáis del todo, no olvidéis que es una escritora fantasiosa y leed entre líneas, siempre hay más, siempre se esconde una parte de magia detrás.
El libro, editado por Cazador de Ratas, podéis comprarlo en librerías y a través de la web de la editorial www.cazadorderatas.com
Y por si mis palabras y la portada, basada en una bellísima imagen de Pablo Álvarez Mendívil, no han sido suficiente, aquí tenéis un adelanto. Así empieza el relato que da nombre a la recopilación. Leedlo, me lo agradeceréis.
A veces hablo con la mujer del cuadro. Me mira fijamente con sus ojos de óleo y una mueca traviesa en la boca y me dice que quizás en otra vida, yo era ella. Le sonrío con la misma media sonrisa de dientes algo grandes que guardan sus labios y ella agita su melena, que es como la mía, mientras luce impúdica su desnudez de mármol, sus pechos consistentes y la languidez perezosa de su cuerpo.
El rostro de la mujer del cuadro es dulce y pensativo y parece guardar, indolente, un leve toque de lascivia, como si recién despierta de un sueño ardiente, culpable de enrojecer sus mejillas en una siesta de verano, esperase, en una relajación eterna, a un amante dispuesto a enredarse en sus cabellos salvajes de sirena.
De repente, caigo en la cuenta de que yo sé mejor que nadie cómo es ese mismo rostro cuando lo enmarca su pelo dorado sin mojar, trenzado o adornado de flores en lugar de anémonas y sé exactamente lo que siente cuando nada desnuda y rodeada de peces en su mar de lienzo. También conozco bien el cosquilleo que recorre su piel cuando los ojos intensos del pintor transforman su cuerpo en arte y su alma en alma de mujer pez, lujuriosa y resbaladiza. Es entonces cuando pienso que tiene razón cuando me dice que quizás en este tiempo que ahora transcurre, ella soy yo.
*La imagen es un detalle de "Serpientes Acuáticas II" de Gustav Klimt, pintado entre 1904 y 1907. #Klimt #GustavKlimt #SerpientesAcuáticas
El viajero se quitó el sombrero y secó la gota de sudor polvoriento que le caía por la frente. De espaldas al resto del mundo, contempló la puerta. Había cambiado mucho desde que la construyeron. El tiempo había sido inclemente con lo accesorio, pero había respetado aquello sobre lo que no tenía influencia, por eso no quedaban nada del resto del edificio ni de la decoración que rodeaba el portal y sólo se mantenían en pie las piedras que formaban el arco que lo enmarcaba, medio insertadas en el Tiempo Impreciso. Recordó como era aquel paisaje en su época, cuando, guiado por su intuición, siguió un camino de estrellas que le llevó a un otero con un extraño remolino fluctuante en su centro, ese mismo que ahora observaba. No se atrevió a cruzarlo entonces, poseído por el miedo a lo desconocido, demasiado condicionado por la superstición medieval. No duró mucho ese temor. La curiosidad venció al terror al Maligno reinante en su época de oscuridad y volvió la noche siguiente. Ya no había sendero de estrellas para guiar sus pasos y si llegó fue porque conocía la ubicación exacta con la precisión de los que acostumbran a guardar los mapas en su mente. Esa noche ya no había nada interrumpiendo la visión desde lo alto del monte. Volvió varias noches más, anotando cuidadosamente cada factor que pudiese influir, convencido de que aquel fenómeno ocurriría de nuevo. Le llamaron loco, insinuaron que hacía algún tipo de brujería en sus correrías nocturnas y le empezaron a dejar de lado. Nada importaba. Aquello se había convertido en el centro de su mundo. Sólo una persona le comprendía y apoyaba, su único amigo, al que perdió siglos antes, o después, según se mire, en uno de sus viajes alucinantes. Entre los dos construyeron el edificio en torno al lugar una vez que descubrieron el secreto que activaba la magia del portal, una magia que ahora llamaban ciencia y que jamás revelarían al mundo por ser un conocimiento peligroso que las paredes de piedra protegerían de miradas curiosas. Por eso, a pesar de la impaciencia impetuosa que anidaba en sus corazones, esperaron a acabar la construcción para atravesar el objeto de su veneración. El día elegido para la partida, cerraron cuidadosamente la puerta por dentro. No sabían si encontrarían la muerte o un pasaje a ese Infierno terrible de fuegos eternos que los vidrieros estaban pintando en la catedral y, aun así, se les hacía imprescindible descubrir qué ocurría allí dentro. Se dieron la mano y cruzaron juntos. Nadie volvió a ver a ninguno de los viajeros hasta ese momento. No en esa época.
Siglos después, uno de los viajeros había vuelto. En su mochila traía recuerdos de mil épocas recorridas. Conocía el principio de la Humanidad y lo anterior a ella, y el futuro casi hasta el fin de su existencia. Desde allí vino a bordo de su máquina del tiempo, la que él inventó mezclando la tecnología del futuro más extremo con la magia aprendida investigando el portal a otras épocas que ahora contemplaba mientras secaba la gota de sudor que caía por su frente confundiéndose con las lágrimas ocasionadas por el reencuentro con el principio de todo.
*Las fotos, maravillosas y evocadoras como todas las que hace, son de Víctor Gibello Bravo. Le agradezco mucho que me deje utilizarlas para ilustrar este cuento que ellas mismas han inspirado. Podéis ver más ejemplos de su trabajo en PhotoZen
El olor del pan de pasas y nueces en el horno y el de la leche caliente con azúcar y canela que hervía en un cazo al fuego, eran tan intensos, espesos y deliciosos que al despertar aún los tenía impregnados en las trenzas de su pelo.
Cocinó su sueño con ingredientes dulces, con ralladuras de naranja y limón, con cacao, vainilla, harina y miel, con levadura, manzanas y mantequilla, con sonrisas, amor y deseos.
Y allí estaba él, con hambre del único bollo que ella no podía hacer, pues había olvidado la receta, la más simple, la que cualquier principiante podría elaborar.
Se levantó con unas intensas ganas de cocinar y la memoria restaurada, e invadida aún de duermevela, cogió el teléfono que sonaba insistente. Desde el otro lado del mundo, la voz grave de él le pareció una caricia.
─ ¿Sabes una cosa? he soñado que tenía ganas de comer...
Y antes de que pudiera decirlo, ella terminó la frase por él.
* La imagen pertenece a la película "Como agua para chocolate" de Afonso Arau, basada en un libro de Laura Esquivel, es uno de esos casos extraños en los que la película no desmerece al libro. Yo los adoro a ambos y os los recomiendo si queréis entender la preciosa relación que puede existir entre el amor y la cocina. Mientras daba forma a este pequeño relato, después de soñarlo, digerirlo y pensarlo, se me empezó a llenar la cabeza de imágenes de la maravillosa, sensual y bellísima historia de Tita y Pedro, por eso no habría tenido sentido ilustrarlo de otra forma. #ComoAguaParaChocolata #AlfonsoArau
Anoche la Luna llena estaba tan salvaje que no me dejaba dormir y tuve que beberme a cucharadas la luz que derramaba por mi ventana. Desde su lugar entre mundos, los pájaros negros de la noche cantaban siniestros ecos que no eran reflejo de ningún sonido conocido. Por eso no conseguí seguir su rastro y comerme su negrura para contrastar la luz que emanaba de mi piel.
Anoche mi cabeza albergaba galaxias, laberintos y mil historias hechas con retazos de desvaríos.
Anoche, por no comerte a ti, me bebí la Luna
Hoy Selene está algo más oscura y yo siento ríos de luz recorriendo mis venas, aunque nadie pueda verlos detrás de mi vestido de noche nueva.
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“Si nunca has besado a un muerto, no sabes lo que es el verdadero frío”, pensó al darle el último beso en aquel frigorífico con olor espeso a flores y formol. No le reconoció sin calor, sin voz, sin deseo en la mirada.
La noche llegó, fría y solitaria como nunca. Durmió entre lágrimas hasta sentir un peso conocido en la cama, tanteó con la mano y encontró al frío hecho hombre.
─Cuando eres frío, dejas de sentirlo ─dijo acariciándole el rostro─ .Yo siempre seré frío para ti, a menos que seas como yo.
─Entonces, dame tu frío ─imploró ella.
*Microrrelato creado para el "concurso de microcuentos Microterror II" de El Círculo de Escritores. A veces, no puedo evitar cierta vena gótica. *La foto, tremendamente evocadora, la encontré por Internet. No creo que se pueda poner algo más bonito en una lápida que esta frase: how terrible it is to love something that death can touch. Siento no poder dar más información, pero no he conseguido saber más. Si alguien conoce al autor, que me lo diga.
Se deslizó suavemente dentro del sueño del hombre, perdiendo consistencia al atravesar la barrera. "Qué pena", dijo, agarrándole los testículos con fuerza. "Te mostré la pasión de los monstruos, deseché premoniciones confiando en que tu libre albedrío me fuese favorable y lo estropeaste ansiando amores mediocres". Con la otra mano, arrancó su corazón y lo mordió como a una manzana roja. Él se retorció en la cama. Acercó la boca a sus genitales. El aullido traspasó mundos. Despertó mirando su entrepierna intacta. Ella observaba con mirada de gata y un hilillo de sangre decorando la comisura de su sonrisa desquiciada.
Su corte es exquisito, cada incisión precisa; maneja como un virtuoso su cuchillo de filo de bisturí, deslizándolo suavemente, como si cortase con un pincel o con el arco de un violín, moviendo sus manos de prestidigitador en una especie de baile hipnótico. Es un artista, un creador que con su arte transforma la prosaica carne en materia prima digna de un escultor, noble como el mármol de Luna.
“Su carne es suave y blanca como el alabastro”, decía acariciando con delirio mi piel mientras dividía delicadamente mi cuerpo en partes con sus expertas manos de cirujano.
Sólo dolió el primer tajo, certero y mortal. Un dolor intensísimo, tan demencial que acabó en desmayo y luego, con la sangre derramada, llegó la Muerte, dulce, ingrávida y liberadora. Y ya no pude despertar.
Nunca me habían amado tanto. Ninguno de aquellos hombres que compraban mi tiempo trató mi carne con tanta suavidad. Eran hombres perdidos a los que les daba igual todo excepto la soledad y su necesidad animal, bestias arrastradas por el instinto que querían aprovechar hasta el último minuto pagado. Ellos raspaban con manos rudas y ansiosas mi piel y avasallaban el interior de mi cuerpo de forma implacable. Confieso que, aunque casi siempre me asqueaban, había momentos en que me llegaba a gustar, no como cuando lo hacía con aquel primer hombre que creí amar entre el miedo y la inexperiencia, aquello era otra cosa que resulto no ser ni el amor ni el placer absolutos. Supongo que el placer sórdido es menos sórdido cuando vives en la mierda o cuando implica comida y calor. Eso me decía a mí misma al sentir temblar mi centro de gravedad mientras perdida en algún lugar de mi mente, arañaba las sábanas mugrientas o la espalda de mi ocasional invasor.
Mi último amante fue distinto, penetró hasta mi más profundo reducto con paciencia, recreándose en cada fragmento del camino para luego ir haciendo surcos en mi carne con su herramienta afilada. Flotando por encima de la escena, yo disfrutaba de su amor, de su forma de besar mi boca muerta con una dulzura que nunca antes habían probado mis labios, de cómo acariciaba con mimo cada pieza que desgajaba de ese cuerpo que había sido yo. Y al verlo, me enamoré por primera vez de una forma devastadora. Él era muerte y yo estaba muerta, así encontré la lógica de nuestro amour fou. Desde entonces no me separo de él. Nunca más ha vuelto a matar. Cuando alguna vez se olvida por un momento de nuestro amor y mira codiciosamente a otra, yo reconduzco sus deseos o ahuyento a las posibles víctimas con mis habilidades de fantasma y en compensación, cuando duerme, beso sus labios con los míos de aire y acaricio su cuerpo durante horas para que me sueñe. Y lo consigo sin dificultad, fueron muchos años aprendiendo a convertir mi cuerpo en objeto de deseo hasta que llegó el amor, ese que ahora sólo guardo para él.
*The Camden Town Murder o What Shall We Do for the Rent? Walter Sickert (1908) es el título del cuadro que ilustra el cuento
Walter Sickert y Jack el Destripador
Los que me leéis habitualmente ya sabéis que me cuesta separar la literatura del Arte, que casi todo lo que escribo lo relaciono con algo visual. En esta ocasión, en cuanto empezó a surgir el relato en mi cabeza, se unió a él la intrigante figura del pintor impresionista Walter Sickert, por su curiosa biografía y por su serie de cuadros relacionados de una forma o de otra con los famosos asesinatos de Camden Town, que tuvieron lugar en torno a 1907. Hay teorías que relacionan a Sickert con Jack el Destripador, acusándolo de ser el famoso asesino o de ser cómplice de alguna manera. La culpa de esto la tienen su gusto por pintar escenas que inevitablemente llevan a pensar en los asesinatos, de plena actualidad en la época en que pintó sus cuadros y el que, según parece, gustaba de ser el centro de atención contando historias sórdidas como que el anterior ocupante de su habitación había sido un estudiante de veterinaria loco al que sus padres, tras descubrir su doble identidad como Jack el Destripador, habían recluido en un manicomio de forma discreta. A todo esto, se une un supuesto hijo ilegítimo que proporcionó ciertas informaciones a un periodista llamado Stephen Knight que no dudó en escribir un libro en el que mencionaba a Sickert como tercer integrante de un grupo de asesinos formado también por el médico real Sir.WilliamWhithey Gull y el cochero John Charles Netley, cuya unión dio lugar a la figura del conocido asesino de Whitechapel. La escritora Patricia Cornwell también ha escrito sobre Sickert y su relación con los asesinatos.
En torno a esto hay múltiples teorías y entrecruzamientos de historias en los que no voy a entrar, aunque os invito a indagar, ya que el tema es fascinante, como fascinante ha sido siempre la historia, jamás resuelta, de Jack el Destripador.
Lo que sí voy a hacer es enseñaros algunas obras más de esta serie que resultan ciertamente perturbadoras y el rostro de Sickert, porque imagino que a estas alturas estáis deseando verlo.
Empezaremos por el cuadro llamado La habitación de Jack el Destripador (Jack the Ripper's Bedroom), que forma parte de los fondos de la Galería de Arte de Manchester y que, como podéis ver, es bastante claustrofóbico, me pregunto si tanto como la mente de un asesino.
Continuamos con otra inquietante imagen salida de los pinceles del extraño Sickert. En este caso el título también es The Camden Town murder.
Y por último el rostro de Walter Sickert, para los más curiosos.
“Escribe, o tus manos sangrarán tinta”, me dijo, y yo respondí que no entendía cómo podía hablar si estaba muerta.
Pero sabía que tenía razón.
Y sangraron. Parecía imposible, pero ocurrió.
Primero empezaron a azularse, como si por dentro de la piel sólo hubiese venas transparentándose al otro lado del blanco, con un tono como de carne muerta o triste.
Personas desconocidas preguntaban qué me ocurría en las manos mientras subía las escaleras que llevaban a mi cabeza. No habrían sido capaces de entender que por dentro me recorrían ríos de historias, así que les miré con los ojos de cristal de quien mira al vacío y seguí mi camino sin dar explicaciones.
Después, ya en ese lugar casi seguro que soy yo misma, escribí de forma enloquecida, con mis dedos goteando sangre azul que extendí por mi cuerpo, para nutrirlo de las palabras que son mi esencia.
Y al hacerlo, grité tiburones y mordiscos en las entrañas, espirales de sueños rotos y cuentos por vivir.
Rompí en mil pedazos corazones dibujados con esos mismos dedos manchados de sangre de escritora. Y las pajaritas de papel que surgían de mis manos se volvieron azules, cobraron vida y volaron para anidar en corazones firmes y rojos.
Retorcí la lengua y convulsioné, ahogada por una palabra tan enredada en las cuerdas vocales que no podía salir.
Escupí ansiedades sin digerir y vomité el arte que acumulaban mis ojos antes de salir a buscarle bajo un cielo tan negro como el olvido, una oscuridad densa que enturbiaba ese paisaje de mi infancia que recorrí con los zapatos rojos de bruja verde que él hizo mágicos.
Cada vez duele menos el tatuaje incandescente que nuestro encuentro me causó, tan difuminado por el borrador del Tiempo implacable que ya casi no lo pueden ver las otras bocas que juegan con la piel donde aún palpita su nombre.
La tristeza azul fluye por mis venas penetrando todos los rincones de mi cuerpo, devastando cuanto toca, convirtiéndome en el libro que cuenta nuestra historia. Porque yo le hice eterno con la sangre de mis dedos.
Escribir para no sangrar más tinta, esa que se mezcla con mi alma.
Desde esta altura venzo a la valla que se empeña en ocultarme las montañas y el bosque de pinos prodigiosos del otro lado, que concentra una representación de todos los pájaros del mundo. Observo en silencio, sin moverme, mimetizada con el aire y la lluvia suave que a ratos rebota en las hojas, formando gotas gruesas que hacen un sonido hueco al caer. Un pájaro grande y negro roza mi pelo en vuelo rasante, tan cerca de mi oreja que puedo escuchar el frufrú del roce de las plumas de sus alas al volar. En esos momentos ya no soy humana y la Naturaleza, acostumbrada a desconfiar de los hombres, no me teme. Dejo que la inhumanidad me posea un rato más, disfrutándola. El tiempo pasa y la lluvia se queda atrapada en mi pelo salvaje mientras mi yo animal olfatea la tierra mojada y el aire frío con los oídos alerta y los ojos llenos de libertad.
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El niño miraba cómo al otro lado del cristal un niño jugaba con una canica. La acercaba a su cara y la observaba, deleitándose, disfrutando de su pequeño tesoro. De pronto, sonó la voz de su madre llamándole para ir a merendar. El niño dejó de mirar la canica y se la metió en el bolsillo. En infinitos mundos, cada vez más diminutos, infinitos niños guardaron su canica de cristal en el bolsillo.
De pequeña sentía verdadera fascinación por las canicas. Estaba convencida de que albergaban mundos diminutos en su interior, como si fuesen pequeños planetas de cristal con la vida por dentro. Me gustaban todas: las pequeñitas y las grandes, las de cristal con colores en su centro, tan en tres dimensiones vistos desde el otro lado del cristal que no entendía cómo podían fabricarlas, las opacas, que eran como pequeñas piedras pulidas y resbaladizas, las gigantes, tan llamativas, y, sobre todo, recuerdo mi preferida, de un negro casi metálico, con pequeños puntitos plateados. Era como el cielo por la noche, como tener el espacio entero plagado de galaxias en la palma de mi mano. Aún me gustan y confieso tener algunas. Siento auténtico amor por las bolas de cristal, por todas, incluidas las de nieve, pero mis preferidas son las compactas, esas que tienen una base plana y son como cúpulas de cristal con colores por dentro. Sigo mirándolas con atención, convencida de que un día veré moverse a sus habitantes. Por suerte, nunca perdí mi imaginación de niña.
El Paso de la Laguna Estigia Joachim Patinir. (Hacia 1510)
El 11 de marzo de 2004 mi teléfono comenzó a sonar casi antes de abrir los ojos. Voces preocupadas al otro lado querían saber si estaba viva, si se me había ocurrido coger un tren para ir a Madrid. Entonces supe el porqué de no haber dormido bien aquella noche. Desayuné sin hambre, sin dejar de intentar enterarme de todo por las noticias. Los zapatos que había planeado comprar aquella mañana dejaron de tener importancia, como todo lo demás. Ni siquiera importaba ir a trabajar o no. El estómago se me hizo un nudo pensando en tantos amigos cogiendo trenes para ir a trabajar, a estudiar. El miedo y la preocupación lo invadieron todo. Después llegaron las imágenes, los testimonios y las lágrimas a cada rato mientras veía la televisión en estado de shock. Y llegó el tiempo de escuchar de primera mano las historias trágicas de gente que había perdido seres queridos o que se habían salvado de refilón para volver a casa con la vida rota por mucho tiempo. En realidad, creo que todos nos rompimos de una manera o de otra. Durante mucho tiempo los fantasmas de ojos vidriosos en los que se convierte la gente en el Metro y en los trenes se convirtieron en animales alerta ante cualquier elemento sospechoso. El Miedo viajaba en cada línea, en cada vagón. Ya nadie se dormía camino del trabajo.
Por aquella época yo tenía una enorme página mensual en un periódico de provincia en la que solía mezclar mi amor por el arte con algún suceso que me llamase la atención o con cualquier tema cotidiano o de opinión. Los horribles sucesos de aquel 11 de marzo me llevaron a escribir un artículo que incluía un cuento basado en El Paso de la Laguna Estigia de Patinir, un cuadro que desde siempre cuelga en mi pared, como una ventana a la Mitología, al Arte y a la Muerte. Lo comparto aquí, tal cual lo escribí en su momento.
EL DÍA QUE CARONTE ABANDONÓ SU BARCA
Caronte deja deslizar su barca suavemente, rompiendo las aguas quietas de la Laguna Estigia. Junto a él, dejándose llevar hacia un destino incierto, el viajero, que ha pagado su pasaje con la moneda que le dejaron sus parientes entre lágrimas y que Caronte, codicioso, recogió de su boca antes de dejar que el alma confusa subiese al medio de transporte que la llevaría al otro lado, donde los jueces Minos, Radamantis y Éaco decidirían a qué parte del mundo de los muertos sería enviada. Durante su viaje, el alma contemplará sobrecogida los posibles paisajes de su destino. Si es afortunada, llegará a los Campos Elíseos, si es considerada mediocre, llegará a la Llanura de Asfódelos y, en el peor de los casos, será enviada al terrible y oscuro Tártaro, custodiado por el espantoso Cerbero, perro de tres cabezas que impide la entrada de los vivos y la salida de los muertos.
Hacia 1510, Joachim Patinir nos contó esta historia con la maestría de sus pinceles, especialmente notable en cuanto a la representación del paisaje, que realiza desde un punto de vista elevado y en el que las figuras no son sino un mero acompañamiento del lugar donde se desarrolla la acción, algo que no había sido habitual hasta entonces. Se trata de un paisaje irreal, recreado por la imaginación del artista, con un ambiente de fría luz verdeazulada. Esto se debe en parte al tema representado y en parte a que no existía la costumbre de realizar apuntes del natural, entre otros motivos porque hasta esta época, el paisaje siempre se había considerado un complemento de las figuras. Aquí, sin embargo, se extiende hacia el horizonte en distintos planos con lo que se consigue la sensación de profundidad que contribuye al protagonismo de una naturaleza que todo lo llena, convirtiendo a los personajes en comparsa del propio paisaje. La importancia de la naturaleza en Patinir puede atribuirse a que durante su estancia en Amberes a menudo realizaba los fondos para las figuras de maestros como Metsys o Isenbrandt y eso le llevó a considerar como de gran importancia lo que hasta entonces había sido tratado como algo secundario.
Los detalles del cuadro, representados con la minuciosidad propia de los pintores flamencos, entre los que se encuentra Patinir, recuerdan muy de cerca al Bosco, sobre todo en la parte correspondiente al Infierno, con sus fuegos encendidos en la lejanía y la figura terrible de Cerbero descansando.
Para mí, uno de los mayores encantos de este cuadro es que combina la mitología clásica con la religión cristiana. En realidad, si observamos la escena, vemos que está construida desde la dicotomía entre el Cielo y el Infierno cristianos, pero sin perder la esencia de las divisiones del Reino de Hades que cuenta la mitología griega. La esencia cristiana se aprecia principalmente en la orilla correspondiente a los Campos Elíseos, que en este cuadro se convierten en verdadero Paraíso, con ángeles que acompañan a las almas buenas a la Jerusalén Celestial, mientras que el Infierno sigue más de cerca las creencias antiguas al situar a Cerbero junto a la puerta. También es hermosa la contraposición entre la violencia del Infierno, con sus terribles incendios en la lejanía, contrastando con el horizonte del Paraíso, hecho de serenidad y cristalinas construcciones celestes.
La Historia muchas veces se ha nutrido de cuentos contados por historiadores y los cuentos y las historias mitológicas en numerosas ocasiones se han inspirado en hechos de la vida real, a veces hermosos y felices y a veces espantosos y terribles. Nosotros también formamos parte de la historia y por tanto de esos hechos susceptibles de ser narrados, bien científicamente, bien de forma literaria. Por eso, probaremos a contar una de esas historias terribles como si fuese un cuento trágico.
El día 11 de marzo de 2004, Caronte se vio abrumado por una avalancha de trabajo. Cerca de doscientas almas esperaban para ser trasladadas a la otra orilla. Se hallaban desorientadas porque no conocían qué era lo que había sucedido. Acababan de llegar allí y no sabían si siempre era igual, si todas las almas tenían que esperar tanto para ser admitidas en el nuevo mundo que las aguardaba. Mientras tanto, dioses de todas las religiones, reunidos precipitadamente ante un caso de tal gravedad, decidían el destino de aquellas personas que en vida se inclinaron por unas creencias o por otras. Lo que tenían claro es que no importaba como fueron en vida, aquella muerte cruel y atroz les limpiaba de todo pecado, así que se procedió a hacer sitio en el Paraíso, en los Campos Elíseos y en todos aquellos destinos en los que creyeron y con los que soñaron cuando aún vivían. Se prepararon los ángeles, las huríes, los antepasados, los dioses y en general todos los encargados de recibirles y tratarles como merecían tras su martirio. Caronte, viejo y cansado, no daba más de sí y por ello decidió hacer algunos cambios. Pidió permiso a sus jefes que preocupados como andaban analizando la situación, se lo concedieron. Entonces, Caronte dejó su barca atada a la orilla y, haciéndose con los mandos de los fantasmagóricos trenes, condujo de una vez a todos los que esperaban hacia los mil y un paraísos de sus religiones, ante la atenta mirada de Cerbero que mientras vigilaba por si se filtraba y llegaba al Cielo algún posible terrorista muerto en el atentado, se preguntaba por qué no habían tenido la idea de cambiar antes, cuando aquel terrible 11 de septiembre la Laguna se llenó por completo de almas y restos de avión. La codicia de Caronte quedó satisfecha, pues se contaban por miles las monedas que encontró en los bolsillos de todos los fallecidos. Y después de solucionar este problema, los dioses no descansaron y siguen sin descansar, porque no pueden entender que los seres humanos aún no hayan aprendido que, por encima de los territorios, las ideas o el dinero, está la vida.
No quiero caer en críticas, sólo añadir que cuando se desnuda un atentado de política, solamente queda el dolor y eso es precisamente lo que nunca debe olvidarse, el Dolor, con mayúsculas
A veces, me palpo los huesos para recordar que por dentro sólo soy un esqueleto más, que esta vida que disfraza mi muerte es únicamente un vestido sin lentejuelas esperando ser arrancado por un amante descontrolado dueño de una guadaña afilada.
Nunca me cicatrizan bien las heridas de la incomprensión, ni las que hacen las mentiras o las que me hago a mí misma al disimular lo que sé, quizás porque no puedo evitar arrancarme las costras, que imagino hechas de veneno supurante, sangre seca y desamor, para no verlas.
Un árbol me apunta con sus ramas nuevas. Le miro sin moverme, esperando, y me dispara balas de yemas primaverales que estallan en hojas recién nacidas. Caigo al suelo con el corazón reventado, herida de recuerdos, manchado el pecho de fragmentos pegajosos de verde nuevo.
Por un momento, siento un miedo infinito a que se vaya el frío con sus vapores de anestesia y a que el corazón se cure.
El árbol estira sus ramas y rebusca en mi pecho, entremezcla su savia nueva con mi sangre antigua y noto una tibieza que no quiero sentir. Le grito que me deje morir, y él, ajeno a mis súplicas, clava sus ramas más profundamente, hasta que se convierten en raíces con la humedad de mi cuerpo.
Nadie vio nunca antes un corazón verde latir, pero late, y mis heridas, cerradas, se confunden con mi piel y no se notan.
Ahora creo en la primavera como un nuevo principio.
Tal vez, sólo hay que morir para renacer de nuevo.
(Textos guardados en los bolsillos del tiempo)
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Salgo a gritarle al viento lupino y feroz que no sople sobre mi hogar su aliento destructor. Él se enamora de mi pelo y juega a darle vida, a moldearlo simulando sus ondas mientras yo intento fotografiar la distorsión producida por su fuerza en la superficie del agua, el baile sinuoso, continuo y por momentos violento que su música provoca en el alma danzarina de los pinos. Ahí vive la Poesía, hermosa y descarnada como la propia Naturaleza.
Foto: "Pandora y los niños". Senda 3. Santillana (Uno de mis tesoros favoritos)
Diario de una esquimal en tierras extrañas: La Pesca.
Hoy hemos hecho agujeros en el hielo de la piscina para pescar. Olvidamos los anzuelos y que la pesca depende de la existencia de fauna acuática. Sin embargo, el esfuerzo no ha sido en vano porque entre las planchas de hielo encontré mi corazón. Lo he descongelado con el calor de mi pecho y me lo he comido crudo. Mientras tragaba me pareció notar una leve palpitación. Tal vez ahora vuelva a ser humana.
La música hoy la ponen José González y su "Heartbeats", delicada y bella como el hielo, rotunda como un zarpazo en el corazón
Foto: Monte Louro, en Louro (Muros, A Coruña, Galicia)
Los dioses son de granito y vigilan, eternos,
el transcurrir de las vidas de los hombres,
que de lejos parecen pequeñas hormigas,
veloces y atolondradas,
huyendo de la pisada de un gigante.
Poderosos y distantes,
permanecen ocultos bajo sus mantos verdes,
asomando a veces, altivos, más allá de las nubes,
con los huesos suaves del desgaste
y cicatrices profundas donde se les rompió la piel.
Los dioses de granito aprendieron a aceptar ofrendas
y se acostumbraron a que la sangre corriese por sus surcos,
a servir de trono a dioses falsos
y a reyes que se creyeron todopoderosos.
Calmaron su ira con rituales de druidas,
recibieron, afectuosos, la visita de las brujas,
vigilaron el sueño de quienes les veneraron.
De eso hace mil vidas y un día.
Ahora nadie los recuerda.
Y llegará el día en que no resistan
el desagradecido olvido de los hombres.
Entonces, exhibirán sus huesos pulidos,
las vértebras de roca que forman su espina dorsal,
sus pétreos dientes feroces,
sus manos crispadas de furia.
Abrirán sus bocas profundas y vomitarán la lava de sus estómagos,
harán ver su rabia con riadas de lodo
que arrasarán hogares y vidas a su paso.
Después, los dioses de granito permanecerán eternos,
sonriendo con los ojos llenos de sangre
mientras ven desaparecer a los hombres que los olvidaron.
Al principio publiqué esta entrada en el blog sin nada más que la foto y el poema, pero no puedo resistirme a hablar un poquito más sobre esos dioses que para mí son importantes.
Hay dos lugares en los que paso mucho tiempo y mucho más pasaría si pudiera.
Uno de ellos es Louro, en Muros, A Coruña, mi parte preferida de Galicia, situada en la llamada Costa da Morte, un nombre que recuerda lo bravío de su mar, ese mar que huele a espuma, a fuerza y a salvaje y que tantas vidas se ha cobrado con su furia. Un mar de mareas brutales, cambiantes y lunáticas en las que las estrellas brillan para iluminar el agua y los faros reinan en la noche. Allí, vigilando la Ría de Muros-Noia, está el Monte Louro, inmensa mole de granito, frontera entre el mar tranquilo y el mar de olas enormes, separando la placidez de la Ría, calmada y suave de ese mismo mar esquizofrénico que a la vuelta de la esquina que forma la ladera del monte se vuelve revoltoso y juguetón para acoger a surfistas y valientes. Y allí, en la cara indómita, entre dunas que imitan olas secas, guarda un tesoro, una laguna que oscila entre dulce y salada según los caprichos de la Naturaleza y por ello aloja una fauna y una flora tan especiales como ella, la Lagoa de Xalfas. El Monte Louro domina desde su altura el mar y vigila, omnipresente, las vidas de las gentes de Louro y, aunque no se diga, yo creo que es un dios casi tan poderoso como su hermano Pindo, tan cercano que podrían comunicarse con una leve vibración de sus rocas. Yo conozco la ira del fuego lamiendo su superficie, las llamas como catedrales corriendo por lo más alto azuzadas por el furioso Nordés y conozco al dragón pétreo que duerme a medio camino de su altura, protegiendo al protector, el que irá a su lado cuando comience la guerra del olvido y vomitará fuego por él. Ahora está tranquilo, pero no le gusta que la ceniza manche su lomo, que las llamas dejen al descubierto las vértebras de su espalda y cuando no pueda más, se erguirá orgulloso y despertará al Monte. Entonces temblará el mundo y la Ría perderá su paz. Y será tan mortal como fascinante verlo.
Otro de mis Dioses de granito es Peña Muñana, en Cadalso de los Vidrios, Madrid, que para mí siempre ha sido El Piquillo, un nombre que disminuía su magnitud haciéndolo más cercano, más accesible. Es la montaña de mi infancia, de mi juventud, de mi vida entera en los fines de semana, de parte de las vacaciones, de las escapadas y algún día puede que lo sea de mi día a día. Desde que me levanto está ahí, controlando el cielo ayudado por su ejército de rapaces, que vuelan majestuosas, vigilando ese cruce de caminos de aviones que pasa sobre su cabeza. Sus huesos de granito son tan maravillosos que los hombres se empeñan en arrancarlos, sin saber que ese será su final, porque todo tiene un límite y un precio y llegará el día de la venganza. El Piquillo es generoso y disfruta transmitiendo el calor que guardan sus rocas a los animales y sirviendo de cauce a los miles de riachuelos que recorren su cuerpo. A mi me gusta subir arriba del todo, atravesando caminos o rocas, entre setas, musgos, pinos y un pequeño reducto de helechos y al llegar a lo más alto, tumbarme sobre la roca pelada, con nada más que el cielo sobre la cabeza y recargarme de la energía ancestral que guarda, absorber su magia antigua, la fuerza del sol acumulada en los minerales de sus huesos. Allí vive El Fraile, descomunal gigante que finge ser piedra a ojos de los hombres, pero que cuando nadie le ve baja a beber el jugo de las vides que crecen a pie de la Peña, dejando a veces que el viento le quite la siniestra capucha y el sol acaricie su tonsura. Esto no lo ha visto ningún ser humano, sólo los animales y el Hombre Lobo del bosque cuando está en forma lupina, pero no cuenta porque al despertar los recuerdos se le mezclan con las sensaciones y casi nunca está seguro de lo que ocurre en las noches de Luna Llena, ni de lo que han visto sus ojos amarillos. Hay también una Monja, compañera del Fraile, que, como es mucho más discreta y tímida, no se deja ver con tanta claridad. La Peña es benévola y quiere a los Hombres que no la han olvidado y celebran su fiesta grande en sus laderas y ponen su nombre a las cosas que les importan, pero el expolio de su cuerpo, el matar a sus hijos por conseguir sus huesos, acabará un día con su paciencia, se desatará su ira y llegará el fin, pues la ira de los Dioses es impredecible y difícil de calmar y no valdrán argumentos ni armas contra su magnitud.